jueves, 10 de noviembre de 2016

MUSEO BARROCO

Es lamentable que un edificio tan acertado como el Museo Internacional del Barroco, inaugurado en febrero en Puebla, sea más conocido por su dudoso proceso financiero de asignación de la obra, que por su excelente arquitectura.  Si el museo fuera privado, esta discusión sería mínima o inexistente, como en los casos de otros museos recientemente abiertos, como el Soumaya y el Jumex. Al ser un edificio público, ambos aspectos: el político y el arquitectónico, son inseparables y animan a una reflexión acerca del mismo fundamento del papel del Estado mexicano en las obras públicas.

El proyecto del premiado arquitecto japonés Toyo Ito, parece existir en un universo paralelo a la realidad mexicana, el resultado, sus espacios y texturas, hacen plena justicia a su contenido y a su lugar en el contexto de la moderna zona de Angelópolis. Quizá con lo único que no ha podido lidiar correctamente el arquitecto Ito, ha sido con el intenso asoleamiento, ya que el concreto blanco deslumbra al visitante en el acceso y en el patio del museo, haciéndolos casi inhabitables.

Conceptualmente el proyecto hace referencias cultas y literales a las características formales del barroco, sin recurrir a la imitación formal del arte y la arquitectura de aquel período. El edificio no se parece en absoluto a la catedral de Puebla ni a la iglesia de San Francisco, tampoco a las obras barrocas de Bernini o Borromini en Roma, ni a la decoración plateresca o churrigueresca de los altares novohispanos. En cambio, la siguiente cita del historiador francés del arte François Souchal, parece quedarle a la perfección al museo: "El barroco es el arte de lo instantáneo, de la aprehensión del movimiento, detenido en su cúspide, en su apogeo y además es un arte del espectáculo, un arte que se contempla a sí mismo, de ahí su carga a veces casi insoportable de emoción y no de emoción suave, sino patética".

El proyecto recurre a un modo sencillo e inteligente para conseguir su alto contenido efectista, se trata de una simple caudricula en planta, cuyos lados han sido redondeados y se pliegan hacia dentro y hacia afuera creando aberturas en las esquinas. Gracias a estos pliegues de los muros de concreto, magistralmente ejecutados por el constructor, el arquitecto crea variaciones en las alturas de los muros para crear formas escultóricas, que casi parecen estar haciendo referencia a los pliegues que el filósofo francés Gilles Deleuze describe del siguiente modo: "Ya existían todos los pliegues venidos de Oriente, los pliegues griegos, romanos, góticos, clásicos... Pero el barroco curva y recurva los pliegues, los conduce infinito, pliegue sobre pliegue, pliegue según pliegue. El rasgo del barroco es el pliegue que va hasta el infinito".

Lorenzo Rocha

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Buscar este blog

Seguidores

Archivo del blog

Contribuyentes