jueves, 26 de septiembre de 2013

TIEMPO DE TORMENTAS

La catastrófica situación que estamos viviendo, debido a los estragos que las tormentas siguen causando a lo largo de las costas del Pacífico mexicano, confirman la tesis expuesta por Jesús Silva-Herzog Márquez: estamos frente a un desastre político. Diariamente constatamos la existencia de enormes vacíos en la administración pública, que van desde una débil organización para la protección civil, hasta la evidencia de prácticas corruptas en el desarrollo urbano, que están teniendo consecuencias que se pagan con la vida de gente inocente.
Hemos comprobado que la planificación territorial es un campo inexistente en nuestro país. La prohibición de la edificación en cuencas acuíferas, en los cauces fluviales o sus cercanías, o bien a lo largo de las ciénegas próximas al océano, al igual que en laderas inestables geológicamente, son elementales en cualquier estudio de factibilidad urbanística. Se trata de emplazamientos de alto riesgo de anegaciones y deslaves, no solamente en anomalías meteorológicas como la que atravesamos, sino durante cualquier período normal de precipitaciones pluviales.
Estas edificaciones irregulares, las construcciones que se erigen en terrenos que deberían declararse como no-urbanizables, responden a dos caras de la corrupción del Estado mexicano. La primera, que se verifica en desarrollos turísticos como el de Ixtapa y Acapulco-Diamante, consiste en una visión empresarial a corto plazo que está dispuesta a llevar a cabo sus proyectos a cualquier costo y aprovechar los terrenos más privilegiados para su actividad, aquéllos que se encuentran lo más cerca posible a las playas, sin importar que estén rodeados de lagunas y desembocaduras de ríos que son, a todas luces, riesgosos. Pero la segunda forma de corrupción, quizá aún más dañina que la primera, es la permisividad por parte del gobierno para que se instalen asentamientos irregulares en sitios peligrosos, como los que hemos mencionado. Tal es el caso de las pequeñas localidades en las afueras del Puerto de Acapulco y en la Sierra de Guerrero, que fueron arrasadas por los aludes de agua, piedra y lodo, que los sepultaron el pasado 16 de septiembre.
Cuando el urbanismo se practica correctamente, no se notan sus beneficios, éstos sólo son visibles por su ausencia. Las recientes calamidades nos deben enseñar que no podemos postergar más la aplicación de una política territorial que enfoque al desarrollo urbano como una prioridad que va más allá de sus beneficios económicos. La planificación cabal del territorio y la aplicación estricta de las leyes de desarrollo urbano, podrían salvar muchas vidas humanas en el futuro.
Lorenzo Rocha

sábado, 21 de septiembre de 2013

ZÓCALO LIBRE

Los recientes sucesos que han tenido lugar en la Plaza de la Constitución, comenzando por el plantón de tres meses por parte de los maestros de la Coordinadora nacional de trabajadores de la educación, hasta su desalojo el pasado viernes y la posterior ceremonia de aniversario de la Independencia de México, suscitan varias reflexiones respecto a la naturaleza del espacio público. En artículos pasados, se han planteado dos hipótesis: la primera respecto al espacio público como sitio de uso político y la segunda relacionada con la ciudad como campo de fuerzas. Los eventos de la semana pasada y su desarrollo hasta el día de hoy, confirman la vocación simbólica inequívoca del Zócalo capitalino.

La plaza mayor de casi cualquier ciudad tiene un valor político representativo, que eclipsa prácticamente a todas sus demás funciones prácticas. En el caso del Zócalo, es el lugar donde residen los poderes de la iglesia y del gobierno mexicano a nivel nacional y local. Por lo tanto, el principal uso de esta superficie casi vacía de 195 por 240 metros es político. La instalación del plantón, como el que vimos en los pasados meses, aunque cubrió las necesidades de habitación de los miles de maestros inconformes con la Reforma educativa y laboral que les afecta, tuvo una intención primordialmente política. La ocupación del espacio público cuestiona los valores de autoridad del gobierno, mediante la protesta que se ejerció en estas semanas. Pero también el desalojo por parte de la policía y la ceremonia del grito de independencia, con todos sus actores políticos y seguidores populares, es un uso político del espacio, es una toma de postura frente a la ocupación que le precede.

En varias ocasiones se ha discutido en este espacio, sobre la ciudad como campo de fuerzas, en el caso del Zócalo se trata un campo idóneo, donde se enfrentan las posturas políticas antagónicas. Mientras que en otros puntos de la ciudad las fuerzas actuantes son de orden pragmático, en esta plaza su naturaleza es principalmente simbólica. En el Zócalo últimamente se han manifestado además de los maestros, otros grupos de estudiantes universitarios, activistas llamados anarquistas y muchos otras personas inconformes no exclusivamente con el tema educativo, sino con las demás reformas planteadas en el congreso. Pero también hay que tomar en cuenta que la autoridad, comenzando por la policía, hasta los gobernantes, diplomáticos y personajes que participaron en la ceremonia de la Independencia, representan al sector opuesto de la población, que es precisamente quien ocupó la plancha del Zócalo el pasado 15 de septiembre.

Lorenzo Rocha

jueves, 12 de septiembre de 2013

PODER PÚBLICO

¿Para quién se hace la arquitectura? ¿Quién es su público?¿La arquitectura se hace para los otros arquitectos? O bien, ¿para los clientes que encargan los proyectos? Estas preguntas, planteadas en 1969 por el arquitecto italiano Giancarlo de Carlo, aun no han sido respondidas satisfactoriamente por ningún teórico relevante. El propio autor respondía: la arquitectura es para toda la gente que la usa. Sin embargo, esta respuesta se alineaba con una agenda política que hoy en día ya no es vigente. Hace 45 años era muy importante abrir el debate sobre el espacio público para incluir la participación ciudadana en las decisiones de la administración pública. La razón era que el Estado en general durante los años sesenta era represivo y castigaba las manifestaciones en las calles como si se tratara de actos criminales. Cómo olvidar la célebere frase de Manuel Fraga, el ministro de gobernación en España durante el primer gobierno elegido democráticamente tras la caída de la dictadura franquista. Fraga decía a los manifestantes, a los que prohibió reunirse el 1˚ de mayo de 1976: "La calle es mía", una expresión muy parecida al dicho del rey francés más absolutista, Luis XIV quien afirmaba: "El Estado soy yo". El movimiento anarquista en la Europa de aquellos tiempos requería libertad de expresión y de reunión que los gobiernos de entonces no reconocían como derechos ciudadanos.

Desgraciadamente, los políticos consiguieron apaciguar las insurrecciones correspondientes a los diez años transcurridos desde mediados de la década de los sesenta, que se prolongaron hasta la mitad de la siguiente decena, permitiendo las concentraciones masivas de sus opositores en el espacio público e institucionalizando la participación ciudadana como un programa social bajo control del Estado.

Hoy en día las preguntas han cambiado: ¿A quien corresponde la gestión del espacio público? Actualmente es más importante la auto-organización ciudadana que la colaboración en las decisiones urbanísticas del gobierno. Las necesidades han cambiado y por lo tanto, también las soluciones. La diferencia principal entre ambas prácticas en el ejercicio de los derechos civiles, radica en la organización piramidal donde el gobierno decide dónde se ubica la participación ciudadana en un esquema vertical, en el cual las decisiones se toman de arriba hacia abajo. Opuesto a un "urbanismo unitario", que responde a los mecanismos de auto-organización de los propios ciudadanos y al ejercicio de sus derechos democráticos de un modo horizontal, donde el poder de decisión no es un privilegio otorgado por el Estado, sino ejercido autocráticamente dentro del marco de la ley.

Lorenzo Rocha

jueves, 5 de septiembre de 2013

HABITACIÓN DE SERVICIO

Las exposiciones colectivas plantean un dilema interesante al espectador. Por una parte comunican un concepto general que normalmente va ligado al título de la muestra, las distintas obras dialogan o discuten entre sí las posturas de los artistas participantes y sus respuestas a las preguntas o al enunciado central que propone el curador. Dichas exposiciones tienen otro ángulo desde el que pueden observarse: son muestras de obras distintas entre sí, pero que puestas en conjunto comparten alguna característica taxonómica común, se constituyen en definiciones ilustradas del enunciado inicial e inevitablemente crean potenciales comparaciones, le dan a escoger al espectador la pieza que es más afín a sus intereses. Las exposiciones colectivas son el equivalente en arquitectura a las viviendas multifamiliares, los artistas conviven en ellas por la necesidad de expresión que los motiva, y simultáneamente comparten el espacio común donde se instalan sus obras.

El pasado jueves se inauguró una muestra my completa en la Casa del Lago, lleva el título de: "Yo soy la empresa". Su curadora, la artista Pilar Villela, plantea cuestionamientos sobre el ámbito laboral actual, desde la oposición entre el trabajo formal y el autoempleo, hasta el significado filosófico de las actividades profesionales.

De la muestra, la pieza que más se relaciona con la arquitectura es "Cuartos de servicio", de Daniela Ortiz. Se exponen dos piezas de una serie compuesta por 16 casas. La artista peruana exhibe fotografías, planos y textos sobre dos casas elegantes de la ciudad de Lima, una construida en 1940 y la otra en 2010. Mediante una comparación entre las áreas destinadas a las habitaciones de los dueños de la casa y el personal de servicio, la artista subraya que la inequidad entre la dotación de espacio entre ambos, no ha cambiado mucho en los sesenta años que separan a ambos proyectos. La pieza se presenta como una denuncia al mal trato que los patrones ejercen sobre sus empleados domésticos, quienes conviven con ellos bajo el mismo techo, pero en condiciones de menor calidad espacial. En otra ocasión en la que se presentó esta pieza –en una exposición personal de la artista en Lima– se distribuyó un resumen escrito de la investigación, el cual en su portada tenía impresa la frase: "No hay excusa para su ubicación y dimensiones", una clara manifestación de su autora contra las condiciones del trabajo en el ámbito doméstico.

Sería interesante hacer una investigación similar en la ciudad de México, en principio podríamos asumir que probablemente las áreas y proporciones que encontró Ortiz en Lima, sean similares a las casas de los barrios ricos de nuestra ciudad.

Lorenzo Rocha

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