jueves, 26 de mayo de 2011

VIOLENCIA PASIVA


La mayor preocupación de los ciudadanos de la metrópolis mexicana y de todo el país es, sin duda, el problema de la inseguridad. Dicha sensación es equivalente a un miedo constante, el cual se mantiene siempre latente debido a las noticias sobre los sucesos y los escalofriantes datos que recibimos diariamente. Los hechos violentos y las muertes cotidianas que se producen por millares desde hace muchos años, pero con una intensidad notablemente mayor durante el último lustro, nos mantienen en una situación de alerta constante y en un estado cercano a la depresión crónica.

Sin embargo, hay dentro de la Ciudad de México otro tipo de violencia que no se manifiesta en actos delictivos flagrantes, pero que está presente en una forma pasiva. Me refiero a la desafortunada combinación entre maneras de urbanizar el espacio citadino de un modo irreconciliable. En nuestra ciudad conviven puerta con puerta, barrios de extrema pobreza derivados de asentamientos humanos irregulares que carecen de servicios fundamentales como drenaje y electricidad, al lado de urbanizaciones multimillonarias con recursos que a veces parecen ilimitados y despliegan la arquitectura y diseño urbano de lo más sofisticados, pero a la vez nos recuerdan que vivimos en un país donde la desigualdad social forma parte de la definición provisional de nuestra propia identidad.

El fenómeno del desarrollo urbano caótico en el que se encuentran grandes extensiones del territorio urbano nacional corresponde a un tipo de violencia pasiva que es resultado de la debilidad del Estado. Es un tipo de violencia que se ejerce de forma lenta y callada, donde conviven los extremos de la riqueza y miseria sin que ninguno de ambos se sienta totalmente en paz con el otro. La desigualdad social es la asignatura pendiente que como sociedad no debemos dejar que continúe por más tiempo, pues si esto no se resuelve, al menos en el ámbito urbano, no podremos nunca afirmar que contamos con la madurez social necesaria para consolidar nuestro proyecto de nación iniciado hace doscientos años.

Lorenzo Rocha

viernes, 20 de mayo de 2011

SIQUEIROS PAISAJISTA


David Alfaro Siqueiros (1896-1974), un artista mexicano fundamental dentro de la historia del arte del Siglo XX, ha sido considerado principalmente como muralista, sin embargo hasta ahora no se había explorado a fondo su pintura de caballete, lo que él mismo llamaba “Pinturas transportables”. Para artistas comprometidos social y políticamente con el Comunismo, la circunstancia de la producción de obras de pequeño formato implicaba una paradoja: según ellos el arte debía estar a disposición del público y no ser propiedad privada de los coleccionistas y mecenas. No obstante su posición ideológica tanto Diego Rivera como José Clemente Orozco también produjeron cientos de obras de caballete, quizá Siqueiros resolvió a su modo la paradoja, donando su casa y su taller al pueblo para que pudiera disfrutar de su trabajo y documentos personales.
En lo que se refiere al trabajo de Siqueiros frente al tema del paisaje, sus composiciones pueden ser fácilmente relacionadas con el enunciado que titula una de sus más célebres obras de caballete: Alegoría del progreso, realizada en 1950. Siqueiros era un hombre plenamente convencido acerca de las bondades del uso de la tecnología y de la expansión metropolitana, fue un pintor futurista, según podemos constatar en la temática de sus cuadros. Dicha característica no es tan fácil de notar en sus murales, ya que éstos atendían más a la relación de la pintura con el espacio arquitectónico y al mensaje social plasmado en éstos. Quizá por su caracter más discreto, los paisajes de Siqueiros expresa una temática relacionada con la fantasía y dramatismo que revela un mundo interior del artista que no se manifiesta tan claramente en su obra pública.
En parte son estas las razones por las que considero indispensable visitar la muestra Siqueiros Paisajista, en el Museo de arte Carrillo Gil, inaugurada hace una semana. La exposición curada por Itala Schmelz y Alberto Torres, reúne 75 pinturas y dibujos del aclamado artista con una notable museografía, además de algunos objetos y fotografías interesantes que provienen de su archivo personal y de varias colecciones privadas.

Lorenzo Rocha

jueves, 12 de mayo de 2011

PERSONAJES DE LA CIUDAD


El espacio público dentro de las ciudades —todos los sitios de tránsito como calles, parques o plazas— también puede ser interpretado como un escenario donde actuamos todos sus habitantes. Las personas que transitan y permanecen en el espacio público asumen inconscientemente distintos roles y casi irreflexivamente negocian los usos de dichos espacios.

Pensemos en un sencillo recorrido cotidiano, como ir del domicilio a la tienda de abarrotes y de regreso. Casi sin percatarnos realizamos numerosas acciones que nos definen a cada uno como personajes de la ciudad. Al salir de casa, saludamos al vigilante del edificio, emprendemos el camino y una señora nos da un papel que anuncia una oferta, cruzamos la calle y un automovilista se detiene para cedernos el paso, más adelante un mendigo nos pide una moneda, aun no hemos llegado a nuestro destino y ya hemos interactuado con cuatro personas. Al salir de la tienda, nos detenemos en el puesto de periódicos y compramos uno, comentamos algún encabezado con el voceador. Al comenzar el regreso a casa pasamos frente al taller de reparación de bicicletas y reconocemos al técnico que hace un gesto recíproco, después nos vemos forzados a caminar por la calle porque hay una obra en construcción, un obrero nos desvía de la acera, finalmente estamos frente a casa y preguntamos a una persona que está tocando el timbre si quiere pasar, nos responde que prefiere esperar.

Un ejercicio parecido al anterior nos llevaría a ser conscientes del significado de nuestra vida en comunidad, de la riqueza de la experiencia de asumirse como ser urbano, algo que podríamos añadir a nuestra especie: Homo sapiens urbanus. La sensación de integración implica que las negociaciones por el uso del espacio público estén enmarcadas por la consciencia de que no recae sobre éste ningún vínculo de propiedad, es de todos y por lo tanto de nadie en particular, no hay jerarquía entre los ciudadanos, la relación entre estos es un fenómeno de civismo. El espacio de la ciudad es el teatro donde cada uno de nosotros interpreta un personaje.

Lorenzo Rocha

viernes, 6 de mayo de 2011

ASOCIACIÓN CIVIL


La libre asociación entre las personas es una práctica que por ser común en el mundo libre y democrático, se ha vuelto costumbre y por consecuencia pocas veces recordamos sus bondades. Los ciudadanos podemos asociarnos oficial o informalmente, para perseguir nuestras metas y aspiraciones, sin la necesidad de ser controlados, aunque sí necesariamente regulados por la presencia del Estado. La regulación es una de las más sanas tareas de un gobierno mesurado y es donde se manifiesta más claramente el avance de la democracia, una des-regulación excesiva deriva inevitablemente en la anarquía.

Existe un fenómeno dentro de la asociación que es menos conocido, pero no por ello menos importante, se trata de la contingencia. Su raíz latina contingere, significa tocar o suceder. En la asociación entre las personas hay un inherente contacto entre éstas por lo cual es una contingencia, sin embargo, se le llama del mismo modo a los eventos que suceden inesperadamente. La contingencia es un mecanismo muy útil para la gestión del espacio urbano ya que deriva de los acuerdos que las personas hacen entre ellas mismas para la ocupación temporal del espacio público. Un ejemplo muy claro son los mercados sobre ruedas, que son tutelados y tolerados por el gobierno, a pesar de ser usos privados del espacio público, derivan del consenso de la mayoría de los habitantes del barrio donde se llevan a cabo y fomentan la convivencia y el intercambio social mediante el comercio.

Sería muy difícil que una iniciativa ciudadana dependiera exclusivamente de la organización y recursos de Estado, ya que los acuerdos entre personas pueden modificarse constantemente y carecen de las cargas burocráticas de la organización oficial. Un acuerdo entre dos grupos civiles puede realizarse en una sola reunión y modificarse o revocarse al siguiente dia, mientras que una ley o reglamento está sujeto a un largo proceso administrativo cuya dilación en ocasiones lo hace ya obsoleto desde su primer dia de aplicación.

La libertad de asociación civil, una de las garantías fundamentales de nuestra constitución política, es simultáneamente uno de los mecanismos más efectivos para la transformación urbana.

Lorenzo Rocha

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