jueves, 26 de julio de 2012

DESPAVIMENTAR

Durante la intensa urbanización que caracterizó a la segunda mitad del siglo XIX, las grandes ciudades invirtieron todos sus recursos y esfuerzos para desarrollar un sistema de pavimentación asfáltica que eliminara el polvo proveniente de las calles empedradas o caminos de tierra. El asfalto se utiliza para estabilizar la grava suelta desde la época de Babilonia, en infinidad de lugares en todos los continentes existían yacimientos a cielo abierto de petróleo crudo, el cual se utilizó para impermeabilización y aglomerados, la brea (el material que en México conocemos como Chapopote desde tiempos de los aztecas) es utilizada en la construcción de barcos desde hace más de 2500 años.

En la época moderna John Mac Adam, el célebre ingeniero escocés, perfeccionó en 1820, un sistema para fabricar conglomerados bitumonosos, técnica que fue adoptada por la mayoría de las empresas constructroas de caminos alrededor del mundo, su sisitema fue patentado bajo el nombre de Macadam. Lo que hoy conocemos como asfalto, cubre una parte importante de la superficie terrestre incluso anteriormente a la invención del automóvil.

En los Estados Unidos se ha iniciado un movimiento, que desde los años ochenta promueve la despavimentación de la áreas urbanas. Uno de los principales activistas de la despavimentación es el filósofo americano Richard Register, quien aboga por la arquitectura ambientalista desde hace casi 40 años, su máxima “piensa en grande, actúa en pequeño”, se ha vuelto uno de los lemas más usados a favor de la ecología a nivel mundial. Register ha coordinado la despavimentación de terrenos de la pequeña a mediana escala en la ciudad de Berkeley, California desde los años ochenta. El concepto destrás de sus acciones es la liberación de la tierra de esta corteza nociva que impide a las plantas crecer sobre la superficie de las ciudades. Sus proyectos han transformado antiguos estacionamientos abandonados y calles por las que no transitaban vehículos, en areas verdes y pequeños parques urbanos comunitarios. En la actualidad existen numerosos grupos activistas que argumentan a favor de la necesidad de reconsiderar el uso del bitúmen y el alquitrán como los únicos materiales viables para la pavimentación de calles y carreteras, ya que su impacto es altamente nocivo al medio ambiente. Durante todo el siglo XX se utilizó concreto hidráulico para los mismos fines y si bien no es tan eficiente cmo el asfalto, su impacto negativo en los suelos y el aire es más reducido que el de cualquier conglomerado bituminoso de origen fósil.

Lorenzo Rocha

jueves, 19 de julio de 2012

ESCULTURA AUTOMOVILÍSTICA

El arte de la segunda mitad del Siglo XX es una disciplina repleta de casos experimentales que se dirigían a la incorporación de las nuevas tecnologías dentro de la exploración estética. La época de la posguerra en America del norte —territorio al que inequívocamente pertenece México— fue un tiempo donde el arte confió plenamente en el futuro, en una sociedad tecnificada y en un progreso tecnológico lineal ascendente. El uso del automóvil, la ciudad-dormitorio, las telecomunicaciones, no fueron en absoluto rechazados por los artistas de la época, sino al contrario, éstos las incorporaron automáticamente a la temática de sus obras.

Las vías rápidas dentro de las ciudades, por ejemplo el Anillo periférico en la ciudad de México, al igual que las autopistas como la de Cuernavaca, fueron motivo de orgullo para los habitantes de la metroplolis de los años cincuenta, a tal grado que aparecen fotografiadas en películas y postales de entonces como si se tratase de meras atracciones turísticas.

El escultor Mathias Goeritz comienza a experimentar en 1953 con prismas triangulares en perspectiva, varias de sus colaboraciones con el arquitecto Luis Barragán lo llevan a plantear junto con éste, el primer ejemplo significativo de escultura cinética realizada para ser apreciada en movimiento desde el automóvil, me refiero a las torres que edificó a la entrada de la ciudad Satélite en 1957.

Las olimpiadas de 1968, reflejaron la energía revolucionaria de la década, y por primera vez ampliaron sus objetivos más alla de lo deportivo, para penetrar en casi todos los ámbitos de la cultura universal. Además de producir una imagen gráfica sin precedentes, es la primera ocasión en la que se organizó una Olimpiada cultural. Goeritz fue invitado por el arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, para coordinar la comisión y construcción de la Ruta de la amistad, que contó con 19 estaciones y 3 invitados especiales, con un total de 22 esculturas a escala urbana de artistas de distintas nacionalidades, entre las cuales hay una del propio Goeritz, la “Osa mayor”, que se construyó en la explanada del Palacio de los deportes.

Para entonces, The View from the Road, ya era una lectura obligada en las escuelas de arquitectura. Este breve libro, escrito en 1963 por Donald Appleyard, Kevin Lynch y John Myer, estudia las repercusiones del transporte privado sobre la percepción visual de la ciudad contemporánea, un tema que seguramente fue tomado en cuenta por Goeritz y todos los demás escultores de la ruta.

Lorenzo Rocha

jueves, 12 de julio de 2012

LATIFUNDIOS Y HACENDADOS segunda parte

La paradoja revolucionaria radica en el fenómeno de todos conocido, que consiste en la transformación de los ideales zapatistas de la lucha: “Tierra y libertad”, en mecanismos de enriquecimiento personal a favor de los líderes del movimiento. En resumen, muchos de los generales de la revolución mexicana pasaron a ocupar el lugar de los antiguos hacendados, desplazando los intereses públicos y sustituyendo sus causas por negocios personales y quedando finalmente como los únicos a quienes “les hizo justicia” la revolución. Además de este consabido refrán, el período obregonista y en general toda la reforma agraria, atrajo la inversión estadunidense, a la vez que involucró a personajes norteamericanos en los procesos económicos e inmobiliarios en todo nuestro país, como en el caso del señor Mc Quatters.

Un caso emblemático es el del millonario y diplomático estadunidense William Jenkins (1878-1963), a quien algunos rumores dignos del género novelesco,  acusan de haberse autosecuestrado para generar un conflicto entre México y los Estados Unidos para su beneficio personal. Jenkins llegó a acumular a principios del siglo XX, el latifundio más extenso del Estado de Puebla y uno de los más grandes en la historia moderna de México. La propiedad de Jenkins, conocida como Atencingo, se componía de varias haciendas y extensiones territoriales que en su conjunto llegaron a tener un área cercana a las 125,000 hectáreas, casi la misma superficie que ocupa el Distrito Federal. La mayor parte de estas tierras, estaba dedicada a la siembra de la caña de azúcar, y en ella se encontraban algunos de los ingenios azucareros más importantes de la región. Ahora Atencingo se encuentra en el municipio de Chietla, al sur de Puebla y es una población que se sigue dedicando a la producción del azúcar y sus derivados.

En nuestros días, los multimillonarios no se interesan en acumular tierras, más bien se centran en amasar fortunas mediante la expansión de sus empresas que suelen ser transnacionales. Los territorios del millonario actual, se miden por la cantidad de empleados que dependen de ellos y por la extensión de los mercados que controlan. Se trata de latifundios y hacendados virtuales, que no son propietarios de la tierra, pero que de un modo similar al de sus predecesores, dirigen los destinos de miles y hasta millones de personas, sin haber sido elegidos por éstas y sin ningun tipo de arraigo territorial ni fronteras definidas por las geografías nacionales.

Lorenzo Rocha

jueves, 5 de julio de 2012

LATIFUNDIOS Y HACENDADOS primera parte

Se considera latifundio a aquella porción de tierra sin cultivos importantes y con una superficie superior a 5000 hectáreas, que pertenece a un solo dueño o algún grupo de propietarios consolidado en una sola entidad legal. En México el fenómeno del latifundismo, derivado principalmente de la mercedes y encomiendas virreinales, los dos principales sistemas de repartición de tierras originados en la época colonial, es lo que dió lugar a nuestra revolución, más adelante a la reforma agraria y recientemente a la “contrarreforma”, que consistió en la privatización gradual de los terrenos ejidales.

Pero afortunadamente nuestro país no cuenta entre sus dudosos honores, con el primer lugar histórico en la acumulación de la propiedad de la tierra, esta marca la posée un enigmático personaje: el inglés Cecil Rhodes (1853-1902), magnate de la explotación de las minas de diamantes, quien era el colonizador y dueño del territorio que se convirtió en Rodesia, país que se independizó del imperio británico y desde 1980 es la República de Zimbabwe, localizada al sur del continente africano. En nuestros días es casi impensable este tipo de propiedades de dimensión territorial, mucho más extensas que los paisajes que nuestros ojos son capaces de percibir. El latifundio sólo se puede concebir en un mapa, en la representación abstracta de la geografía y para éste no alcanza la definición coloquial de una propiedad que se extienda “hasta donde alcanza la vista”.

El latifundio más grande en la historia de México y de toda Latinoamérica fue el conjunto de propiedades de la familia Sánchez Navarro, que correspondían a prácticamente la mitad del estado de Coahuila y partes de los estados de Nuevo León, Durango y Zacatecas. Esta familia adquirió sus tierras en la decadencia de la Nueva España y los primeros cincuenta años del México independiente. Su extensión aproximada era de 67,000 kilómetros cuadrados, casi un cuatro por ciento del territorio nacional actual, un área casi tan grande como Irlanda.

En el estado de Chihuahua se dió otro caso paradójico, que nos explica la mecánica compleja del período posrevolucionario. El general Luis Terrazas, seguidor de la causa revolucionaria bajo el mando del general Álvaro Obregón, se apropió con ayuda del entonces gobernador de Chihuahua, otro general revolucionario, Ignacio Enríquez, de las haciendas del Cármen, Encinillas, San Lorenzo y otras más que fusionadas reunieron una extensión de 2,600,000 hectáreas, las cuales fueron paulatinamente vendidas a Arthur Mc Quatters, empresario estadunidense quien se encargó de fraccionarlas y venderlas.

Lorenzo Rocha

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