jueves, 28 de diciembre de 2017

REFLEXION

Tiempos como el presente nos invitan a reflexionar sobre los acontecimientos que nos afectan como ciudadanos. Mucha gente coincide con que el año que está próximo a su fin nos ha traído calamidades de distintas magnitudes. Indudablemente el que termina fue un año marcado en todo el mundo por sucesos lamentables como el terrorismo, el genocidio, los desplazamientos forzados, los desastres naturales, el extremismo, la corrupción y otros infortunios incluso en el campo de la política electoral. Pero simultáneamente a nuestras lamentaciones, quizá justificadas, no debemos ignorar que el mejor modo de afrontar los problemas es mediante el pensamiento crítico y el análisis de los retos que se nos plantean, para ser capaces de romper círculos viciosos y encontrar vías de acción positiva en el futuro próximo.
Afrontar los problemas nos hace mejores, sin que sea necesario los envolverlos en un hueco optimismo, la buena disposición para la acción es sin duda una mejor actitud que ignorar los errores y volver a caer en el comportamiento que nos ha llevado hasta el punto donde nos encontramos.
A nivel socio-urbanístico, en particular en México y en su capital, vemos con claridad tres problemas que derivan del infortunio y también de la falta de previsión y de las malas prácticas en la que han incurrido los responsables de la planificación urbana y financiera de nuestras ciudades. El primero de ellos es sin duda el descuido y abuso por parte del sector de la construcción, que no ha dado mantenimiento ni revisado suficientemente el estado de las edificaciones, lo cual ha costado la vida a cientos de personas. Aunada a ello, por desgracia está la corrupción a nivel ciudadano y de un gobierno que no rinde cuentas y abusa del sistema político para beneficio particular a costa de la tranquilidad, seguridad y certidumbre de la mayoría de las personas. Por último, las recientes crisis han puesto en evidencia el nivel de precariedad de la vivienda, no solo aquella de interés social, ya que paralelamente con quienes han perdido la suya, han salido a flote quienes nunca han tenido una morada digna. Hemos constatado el fracaso del sector encargado de proveer viviendas asequibles, muchas de las cuales se encuentran incomunicadas, deterioradas y abandonadas, los gobernantes y profesionistas encargados de proveer satisfactoriamente bienes tan fundamentales como estos han fallado y deben ser reemplazados por otros que puedan demostrar su capacidad y honestidad.
Durante los últimos meses se han discutido estrategias para abordar estos tres problemas y aprovechar los sucesos negativos para avanzar más rápidamente hacia una sociedad que recupere la dignidad perdida y se vuelva cada vez más igualitaria. Se han planteado programas en distintos foros que tocan los temas de la reconstrucción, de la política de vivienda, de los créditos hipotecarios, del impero de la ley y en resumen de la restauración de la dignidad individual en el contexto metropolitano.

Es nuestra elección como ciudadanos, decidir no solo por quien votaremos en las próximas elecciones generales, sino modificar nuestro comportamiento, lo cual conlleva tomar las decisiones coherentes con nuestros deseos de mejorar. Está muy claro para todos que las crisis como las que vivimos son oportunidades para replantearnos nuestras actitudes y para solidarizarnos con nuestros conciudadanos, pero desgraciadamente si se deja pasar una oportunidad como esta, la consecuencia no solamente es la pérdida de la ocasión para solucionar los problemas, sino un paso más en sentido contrario en el camino hacia el progreso social y el bienestar humano.
Lorenzo Rocha

jueves, 21 de diciembre de 2017

GOBIERNO LUCRATIVO

Desde hace aproximadamente veinte años el gobierno mexicano ha ido gradualmente cediendo su espacio económico a la iniciativa privada. La privatización de las empresas estatales, como la telefonía, las autopistas, los hidrocarburos y otros sectores estratégicos, emprendieron su desincorporación del estado a medida que nuestro país comenzó a ser dominado por la ideología política neoliberalista y su consecuente forma de gobierno.
En lo que respecta a los sectores de la arquitectura y las artes, la relación actual con el gobierno es muy distinta a como era a finales del siglo pasado. Antes del neoliberalismo el estado era uno de los principales impulsores de la construcción de infraestructura cultural, lo cual implicaba que el presupuesto destinado a dicha actividad estaba dentro de las prioridades de la federación. La participación del gobierno en la construcción de museos, salas de conciertos y bibliotecas se ha ido reduciendo de modo sostenido hasta llegar a la situación actual en la que se ha vuelto marginal. Los edificios dedicados a la cultura y a otros servicios públicos se hacen ahora mediante asociaciones publico-privadas. Los operadores de dichas instituciones tienen entre sus tareas el financiamiento de sus centros culturales y la creación de proyectos y programas propios sin la necesidad de depender de los presupuestos oficiales.
En la actualidad hay figuras económicas nuevas que se engloban dentro de la corresponsabilidad que los empresarios privados adquieren para contribuir al financiamiento de elementos que beneficien a la población, a cambio de ciertas facilidades para ejercer sus actividades por parte la administración pública.
Estas figuras que adoptan la forma de fideicomisos y asociaciones de muy distintas índoles, son formas positivas de colaboración entre el gobierno y las empresas, teóricamente serían perfectas si contaran con el nivel de transparencia que se requiere para que su manejo financiero pueda ser accesible y claro para cualquier persona que lo necesite conocer. En cambio en un país como el nuestro, que no ha conseguido librarse del lastre de la corrupción urbanística y de la malversación de fondos públicos, las asociaciones de los sectores públicos y privados son campo fértil para actividades ilícitas

El hecho de que en la actualidad el estado se haya reducido desde el punto de vista económco, no significa que debe operar como una empresa privada y mucho menos que quienes lo encabezan se beneficies directamente de sus actividades. El gobierno no es un negocio lucrativo, es la entidad encargada de administrar los bienes que pertenecen al pueblo. Su administración debería de ser exactamente igual a la de las asociaciones civiles sin fines de lucro, las cuales deben generar recursos para su proyectos, pero no están autorizadas para repartir dividendos entre sus asociados y desde luego jamás pueden utilizarse para el blanqueo de capitales. De hecho, existe un organismo muy estricto que se encarga de la fiscalización de las asociaciones civiles, se trata de la junta de asistencia privada, la cual vigila estrechamente las actividades de dichas organizaciones. La contraloría general de la federación debería funcionar de modo perfecto para que la operación de la administración pública fiera confiable y lo mismo debería ocurrir con los controles sobre el tope de gastos de las campañas políticas. De este modo, las asociaciones entre los sectores privados y públicos funcionarían exclusivamente para el beneficio de la población y no de sus gobernantes.
Lorenzo Rocha

jueves, 14 de diciembre de 2017

DILEMAS DEL DESARROLLO

No cabe duda que existen areas cercanas al centro de la ciudad de México que tienen que ser desarrolladas, que no pueden seguir permaneciendo subutilizadas. Por ejemplo la zona industrial de Atlampa que se encuentra a escasos 5 kilómetros al noroeste del Zócalo capitalino, la cual cuenta con 80 hectáreas de terrenos que mayormente se utilizan como almacenes, aunque existen algunas fábricas que operan en la zona con serios problemas logísticos y unos cuantos edificios de vivienda que se encuentran aislados del tejido urbano. Si se cambiara el uso del suelo de dicha zona de industrial a mixto, se podría convertir en un foco de desarrollo importante para la ciudad, siempre y cuando se aprovecharan las estructuras de las fábricas que son parte del patrimonio construido de la ciudad. En Atlampa podría existir una sana combinación entre actividades productivas, innovación y buena calidad de vida, si se hiciera un plan adecuado para la colonia.
El primer obstáculo para el desarrollo inmobiliario en la zona es la irregularidad en la tenencia de la tierra, ya que grandes partes del suelo se encuentran en situaciones indefinidas. El otro gran problema ha sido la planificación deficiente y la excesiva zonificación, ya que casi todo el territorio de la colonia está reservado para usos industriales y no se permite la construcción de vivienda.
Sin embargo, la densificación de una zona como esta acarrea algunos dilemas. El más importante es: ¿cómo desarrollar el area sin expulsar a sus actuales pobladores? ¿Como transferir el potencial de desarrollo de otras areas de la ciudad sin propiciar su aburguesamiento? Está claro que emprender una estrategia de desarrollo inmobiliario en zonas como esta puede atraer inversiones en infraestructura sostenible de movilidad y en el mejoramiento del espacio público. En Atlampa existen vías de ferrocarril que dejaron de ser utilizadas hace décadas, las cuales podrían convertirse fácilmente en parques lineales y ciclopistas.
Si observamos a esta area y a la ciudad entera como un campo de fuerzas, habría que contemplar el desarrollo inmobiliario como una nueva fuerza que actúa sobre el campo e intentar evaluar a priori los efectos sociales de dicho esfuerzo. Con el mismo espíritu, habría que reflexionar qué otras fuerzas podrían resultar benéficas para la comunidad, como la instalación de colegios, universidades, instalaciones deportivas y centros para la innovación. Quizá con la búsqueda de un equilibrio entre las fuerzas, Atlampa podría resultar un ejemplo de éxito, en el cual no predomine el paradigma inmobiliario de la máxima ganancia económica con el mínimo de inversión, sino un lugar donde el objetivo primordial fuera el bienestar de los habitantes, por encima del lucro de los inversionistas. Es cierto que para hacer viable el desarrollo de una porción de ciudad es necesario que los proyectos generen ganancias para sus promotores, pero esto no se debe hacer a costa de la evolución sana del tejido urbano y social.

La ciudad de México está en un momento histórico que los arquitectos y urbanistas deben aprovechar para superar el dilema entre densificación y aburguesamiento, quizá pensar en un cambio de paradigma de un urbano clasista como el que existe ahora, hacia una práctica orientada a los beneficios sociales y a la búsqueda del equilibrio entre las fuerzas que actúan sobre la ciudad.
Lorenzo Rocha

jueves, 7 de diciembre de 2017

UTOPIA URBANA

Los tiempos que corren son poco propicios para la experimentación y la innovación dentro de las ciudades. La resiliencia, la palabra de moda habla de la capacidad de recuperación y sanación de un tejido social, pero apunta hacia la restauración de las condiciones prevalecientes, lo cual implica un casi inevitable retorno a las condiciones anteriores al colapso. El propio concepto de reconstrucción, tan discutido hoy en día en la ciudad de México, por obvios y comprensibles motivos, implica un regreso al status quo.
El continente americano fue el campo de experimentación idóneo para las ideas escritas por Tomás Moro en 1516, en su célebre texto, es literalmente la Isla de Utopía. Los colonizadores europeos encontraron en nuestras tierras la oportunidad que buscaban de librarse de las ataduras de la vieja Europa para fundar sociedades  racionales, igualitarias y libres. El resultado de nuestra ciudad, no guarda similitud con los deseos de nuestros ancestros a nivel urbano, pero si continúa entre nosotros la creencia de que siempre se puede comenzar de cero.
El momento en el que vivimos nos brinda la oportunidad de pensar en construir una mejor ciudad, no necesariamente mediante mejores o más audaces diseños, sino mejorando el contenido de la arquitectura. ¿Aprovecharemos el tiempo presente para acabar de una vez por todas con a corrupción urbanística? ¿Será el momento de cambiar los paradigmas del desarrollo urbano hacia beneficios no exclusivamente económicos?
Existen valores intangibles que se derivan de la experiencia de vivir en la metrópolis, valores que se verifican cotidianamente en el espacio público, el sentido de la solidaridad, de la comunidad y la bondad de tantas personas que habitan la ciudad y transitan por nuestras calles.
Cualquier grupo de edificios o casas por si mismo no basta para ser considerado como una ciudad, la condición monocultural de los barrios de oficinas corporativas o de los conjuntos habitacionales populares anula la posibilidad de la construcción de relaciones sanas y productivas para sus habitantes. En nuestra ciudad se siguen expandiendo constantemente  las fronteras del area metropolitana y al mismo tiempo tenemos grandes areas cercanas al centro que permanecen subutilizadas, vacías o abandonadas. La construcción de nuevas oficinas y de conjuntos de casas populares no equivale a la construcción de ciudad, se trata solamente de operaciones financieras de índole hipotecario. 

Los centros comerciales con accesos controlados y miles de metros cuadrados para estacionamientos, constituyen burbujas sociales que aíslan a sus usuarios de la experiencia directa del espacio público. El diseño de estos complejos responde a motivaciones pragmáticas como la plusvalía comercial y la búsqueda de la seguridad, factores legítimos en sí mismos pero inoperantes para el mejoramiento de los tejidos urbanos donde se insertan. En los próximos años veremos si el continuo crecimiento del desarrollo inmobiliario en la ciudad de México persiste en la aplicación de las formulas que hasta ahora le ha proporcionado el éxito que tiene, o bien habrá un replanteamiento de la actividad constructiva que no desperdicie la oportunidad que la actual situación le plantea. Nuestra ciudad necesita la introducción de una nueva corriente de pensamiento que no persiga el beneficio a corto plazo, todos sus pobladores y gobernantes debemos intentar visualizar un entorno más sano y tranquilo para la generación que nos sucederá.
Lorenzo Rocha

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