jueves, 30 de julio de 2009

DISEÑO Y DIBUJO


Se dice comúnmente que la profesión del arquitecto consiste en la construcción de la morada del hombre. Sin embargo, esta definición no toma en cuenta que las casas y edificios las construyen los obreros y que el trabajo del arquitecto, que consiste en idear y dibujar los proyectos, no tiene relación material con el objeto de la disciplina.

Los arquitectos no son constructores en sentido estricto, la etimología de la palabra “arquitectura” lo expresa claramente, su raíz griega se compone de “arhé” que quiere decir jefe o maestro, y “tector” que significa obrero, de este modo el arquitecto es el “maestro del constructor”. Los arquitectos producen las representaciones gráficas, qué más tarde se materializan en edificios.

Las palabras diseño y técnica forman un círculo lingüístico interesante y útil para aclarar la auténtica labor del arquitecto. Diseño comparte su raíz etimológica con la palabra designio, que implica la toma de las decisiones precisas para la forma arquitectónica final. Técnica es el mecanismo básico para materializar las ideas humanas, los dibujos técnicos expresan todos los pasos del proceso para la construcción de un proyecto, para materializar una idea y convertirla en espacio. Curiosamente, en el idioma alemán la palabra “techne” significa literalmente dibujo. El trabajo del proyectista está muy claramente acotado en el campo de las ideas, pero no es poca cosa, ya que se requiere un entrenamiento de visualización muy avanzado para ser un buen arquitecto.

La disciplina proyectual incluye dentro de sus habilidades lo que los psiquiatras llaman “capacidad de rotación mental de objetos”, una habilidad que es necesario ejercitar para poder planear espacios, atributo que junto con los mecanismos generales, por los que somos capaces de formarnos imágenes mentales, constituyen el componente visual de nuestro modelo interior del mundo.

Lorenzo Rocha

jueves, 23 de julio de 2009

TORRE DE AZÚCAR


Gran parte de las piezas de arte que observamos en los espacios museísticos actuales pertenecen al universo neoconceptual, cuyo fundamento teórico escapa a la comprensión de la mayoría de las personas. Ya es habitual ver en exposiciones cajas de zapatos vacías, hojas de papel en blanco y demás objetos que devinieron arte a partir del primer Readymade realizado por Marcel Duchamp (Fountain, 1917).

Quizás atendiendo a esta preocupación es que en la exposición Inéditos, que se puede admirar en la Casa Encendida de Madrid, los curadores han decidido distribuir tarjetas que intentan explicar las obras. Mediante una serie de preguntas y respuestas de expertos, el espectador puede aclarar las dudas que más frecuentemente se presentan frente al arte contemporáneo. Respecto a una pieza titulada Sugar Tower (Torre de azúcar, 1981) del artista checo Jiri Kovanda, formulan las siguientes preguntas: ¿Qué vemos en la obra? ¿Qué sentimos? ¿De qué podría estar hablando el artista? ¿Por qué se plantea este tema? ¿Por qué usa este medio? ¿De donde viene este artista y qué normas rompe? ¿Qué diría un experto sobre la obra?

Sin lugar a dudas todas estas preguntas son importantes y sus respuestas —que no transcribiré aquí— son cruciales para la comprensión de la obra. Sin embargo, es inevitable que surja otra interrogante: ¿Es necesario entender el arte para poder disfrutarlo? Como en toda pregunta retórica, la respuesta es simultáneamente sí y no. Sí, es necesario comprender el arte neoconceptual, porque precisamente es una manifestación que va más allá de lo visual y apela a la provocación de dudas y conjeturas intelectuales en el espectador. Pero la respuesta es también negativa, ya que una parte importante del arte es su medio de expresión directo, y si en el caso de Kovanda, él decidió expresarse colocando nueve cubitos de azúcar, uno sobre el otro, los críticos y curadores no deberían intervenir excesivamente con sus interpretaciones entre el artista y su público, ya que el arte es algo que no podemos considerar sólo conocimiento, sino también experiencia estética.

Lorenzo Rocha

jueves, 16 de julio de 2009

MANIFIESTO SCHINDLER


El arquitecto austriaco Rudolf M. Schindler (Viena, 1887-Los Ángeles, 1953) escribió un manifiesto en 1912. El texto recoge sus principales ideas sobre el espacio y la arquitectura, que se convertirían en la más clara axiología de todos sus proyectos construidos después de su traslado definitivo a Los Ángeles. Es imposible reproducir el texto entero aquí, pero tomaré un pasaje que, con el paso del tiempo, me parece cada vez más útil para el análisis de la arquitectura contemporánea.

“El hombre del futuro no trata de escapar a los elementos, los domina. Su morada ya no es un tímido refugio: la Tierra se ha vuelto su casa. Los conceptos de hogar y confort cambian su sentido. Los sentimientos atavísticos de seguridad ya no apuntan a los diseños convencionales. El confort de la vivienda reside en el control total del espacio, clima, luz, y ambiente dentro de sus confines. La casa moderna no seguirá los caprichos temporales de su dueño o diseñador para que se plasmen en características permanentes e insulsas. Será un tranquilo y flexible telón de fondo para una vida armoniosa.”

Estas palabras, leídas en su contexto original —Viena después de la Secesión, donde los intelectuales, entre ellos Freud y Wittgenstein, huyeron en desbandada— tienen un efecto distinto después de admirar toda la obra arquitectónica del autor, en especial su casa-estudio construida en 1922.

La arquitectura de hoy está muy ligada a la imagen, a las fotografías que viajan por los medios masivos de comunicación, desde los impresos, audiovisuales, hasta los informáticos. Por esta razón la componente ética del espacio construido ha salido prácticamente de la agenda de los arquitectos actuales. Palabras como: espacio, clima, luz, ambiente, y el concepto de “espacio para una vida armoniosa”; no existen mas en el vocabulario de los diseñadores. Quizá la relectura de arquitectos como Schindler, considerados fundadores de la arquitectura moderna, pueda contribuir a la conciencia de que los seres humanos no habitamos dentro de las imágenes.

Lorenzo Rocha

lunes, 13 de julio de 2009

ARTE Y ARQUITECTURA


De acuerdo con la división tradicional entre las bellas artes, no debería haber una distinción entre arte y arquitectura, ya que ésta última es parte de las demás. También es extraño que aún se considere a la pintura, escultura, literatura, teatro y música; en un plano superior que a la fotografía y el cine, siendo que éstas últimas son las manifestaciones más prolíficas dentro del arte moderno. Es probable que dicha distinción corresponda al aspecto técnico y la reproductibilidad mecánica de las artes visuales, las cuales carecen de autenticidad como originales (es imposible distinguir una copia fotográfica o cinematográfica, de su original).

Respecto a la arquitectura, su principal diferencia con las demás artes es su componente funcional. Una casa puede muy bien ser considerada como obra de arte, si su autor es reconocido como meritorio de dicha clasificación, sin embargo antes que sea arte, debe funcionar como casa. Mucha de la arquitectura contemporánea pretende ser un tipo de escultura urbana, antes que una manifestación de uso creativo del espacio, no hay ejemplo más claro, que la obra de Frank Gehry.

Los límites y relaciones entre arte y arquitectura se encuentran expuestos con mucha precisión en fragmentos del texto escrito por LouAnne Greenwald, curadora del MAK Center de Los Ángeles: “¿Si un arquitecto diseña un espacio carente de función o usuario, a éste se le puede aún llamar arquitectura? Tomando en cuenta que la práctica arquitectónica actual incorpora tan frecuentemente discursos teóricos acerca del espacio, de igual modo como se involucra con los ambientes físicamente construidos, la pregunta se vuelve no solo retórica sino irrelevante”. Del mismo modo como se han borrado las fronteras entre las artes visuales, incluso en las escuelas de bellas artes, donde ya no hay especialistas –pintores, escultores o fotógrafos– sino simplemente artistas que utilizan dichos medios indistintamente, de ese mismo modo la arquitectura debería integrarse a la noción general de arte contemporáneo.

Lorenzo Rocha

CASA ENCENDIDA



Imágenes de la instalación en la Casa Encendida, Madird (ahi muy pequeñito, en la foto superior se puede ver el panel de cantarranas...)

jueves, 2 de julio de 2009

CRITICA CONSTRUCTIVA


El pasado 20 de junio cumplió sus primeros nueve años la Fábrica de Artes y Oficios de Oriente, mejor conocida como Faro de Oriente (www.farodeoriente.cultura.df.gob.mx). Se trata de un proyecto cultural sin precedente —una gran escuela de artes y oficios, con galería de arte, biblioteca y grandes espacios abiertos—, se sitúa en la ruina de un edificio diseñado por el arquitecto Alberto Kalach, abandonado desde antes de que se hubiera concluido, que había sido planeado para albergar una subdelegación de Iztapalapa, ubicado en medio de un gran basurero, sobre la avenida Ignacio Zaragoza.

En realidad el proyecto del Faro tiene once años de haber comenzado, pero durante sus dos primeros años no abría aún sus puertas, ya que el proyecto de adaptación fue largo y difícil. Su director, Agustín Estrada plantea un modo muy eficaz de combinar un modelo autogestivo de organización con su pertenencia a la institución de cultura del Gobierno del Distrito Federal. Este esquema demuestra que la independencia no se consigue en la soledad, como suelen ser los proyectos autogestivos, que se reducen a grupos muy inestables y reducidos de personas entusiastas. Por pertenecer al gobierno, este centro está en posibilidad de tener un mayor calado en la sociedad donde se inserta, sin perder su misión original, que el propio director describe como: “Retejer el débil hilo social que ha sido roto por nuestro Estado depredador”.

La recuperación de un espacio público para su uso social, que es la naturaleza principal del Faro, nos muestra la diferencia entre la palabra y la acción. Mientras habemos muchas personas dedicadas a la crítica desde el plano discursivo, los creadores del Faro son personas que tienen una actitud crítica respecto a la organización socio-económica de nuestro entorno, realizan sus críticas a través de las acciones y no de las palabras. Es entonces cuando podemos afirmar en todos sentidos de que la crítica social que plantea el Faro es eminentemente constructiva.

Lorenzo Rocha

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