jueves, 27 de mayo de 2010

PAISAJE AZOTEA


En cualquier barrio de la Ciudad de México, en especial el Centro Histórico, el panorama que se percibe desde las azoteas es radicalmente distinto de lo que el visitante puede experimentar cuando recorre sus calles. Desde el punto de vista auditivo, las azoteas nos brindan un aislamiento notable de los ruidos y vibraciones que provocan los vehículos automotores en la vía pública. Esta tranquilidad se complementa con el amplio campo visual que disfrutamos desde los techos, que nos permite situarnos en el barrio, que desde arriba se percibe como una ciudad histórica, dominada por la presencia de las cúpulas de sus numerosas iglesias. Pero también en un día con cielo despejado, lo cual desgraciadamente no es muy frecuente, podemos tener una vista del valle de México, totalmente rodeado por las montañas. La ciudad es muy distinta a ras de suelo, de cuando se observa a ojo de pájaro.

Quizá por esta razón resulta aún más inexplicable por qué las azoteas de los edificios del Centro Histórico son espacios totalmente desperdiciados. Es cierto que la intensidad del sol en un clima como el nuestro, desalienta a los habitantes a exponerse excesivamente a su radiación y calor. Sin embargo, la arquitectura actual ofrece infinidad de soluciones para generar sombra, a un costo relativamente bajo. Otra posible desventaja que inhibe el coloquial ejercicio del “Acapulco en la azotea” es quizá la sequedad de nuestro altiplano, factor que puede ser disminuido notablemente por la presencia de las plantas, que a su vez propician un beneficio medioambiental muy notable. Gran cantidad de arquitectos y urbanistas actuales escriben y dibujan un futuro donde las azoteas aparecen como espacios verdes, pero esto no disipa la duda: ¿por qué entonces las azoteas siguen siendo inhóspitos desiertos?

Podemos comenzar por mirar a nuestra ciudad desde arriba, para imaginar su transformación, pero después de adquirir una visión panorámica, es necesario y apremiante emprender el camino de la acción.

Lorenzo Rocha

jueves, 20 de mayo de 2010

VER ES OLVIDAR


El acto de ver precede a la capacidad de hablar, los niños son capaces de reconocer las cosas que ven mucho antes de relacionar las cosas con sus nombres. Al respecto, John Berger comenta en su libro Modos de ver: “La vista es anterior a las palabras, en el sentido de que la vista nos ayuda a establecer el lugar que ocupamos dentro del mundo que nos rodea; explicamos el mundo mediante las palabras, pero éstas no podrían anular el hecho de que estamos dentro del mundo. La relación entre aquello que vemos y aquello que sabemos nunca está totalmente equilibrada”. Es indudable que el modo como vemos está invariablemente condicionado al conocimiento, no existe el “ojo inocente”, todo lo que vemos está relacionado con nuestras expectativas y sujeto inevitablemente a comparaciones con experiencias precedentes.

El ser humano sólo puede tener inteligencia si se encuentra en contacto físico con la realidad —o mejor dicho, con el mundo que le rodea—, todos los elementos que conforman los procesos de pensamiento están basados en la posibilidad de entrar en contacto con dicha realidad. El pensamiento es un fenómeno contingente, el ser humano entra en contacto con el mundo mediante los sentidos, literalmente “tocando el mundo”.

Según el arquitecto finlandés Juhani Pallasmaa, el sentido fundamental para percibir el espacio es el tacto, los demás sentidos derivan de una especialización del tejido epidérmico que recubre los órganos sensoriales. Los ojos cuentan con la retina, un tipo de piel que es especialmente sensible a la luz, los oídos cuentan con el tímpano, un tipo de piel especialmente sensible al sonido, y así sucesivamente respecto al olfato y al gusto. Cuando vemos, en cierto modo, tocamos las cosas con los ojos, establecemos con el objeto visto un “contacto visual”, y si vemos con profundidad, el nombre de la cosa vista es sustituido por su imagen, tal como lo afirma el artista norteamericano Robert Irwin.

Lorenzo Rocha

jueves, 13 de mayo de 2010

ZÓCALO


Todos, o casi todos los capitalinos hemos visitado la Plaza de la Constitución, pero somos muchos menos quienes nos hemos preguntado porqué se le llama Zócalo. La razón es material para una leyenda, el nombre responde al pedestal que estuvo por años esperando la colocación de la estatua del rey Carlos IV de España, obra del escultor Manuel Tolsá (1796), que nunca llegó a ocupar su sitio y que ha peregrinado por distintas plazas y encrucijadas de nuestra metrópolis. También un monumento a Miguel Hidalgo, que se planeaba inaugurar para el centenario de la Independencia en 1910, nunca llegó a ocupar el Zócalo y de ahí se consolidó el carácter de esta plaza como proyecto irrealizado. El Zócalo es un gran vacío, parece ser que la enorme carga simbólica que tiene para la nación mexicana no permite que se coloquen objetos en éste. Una gran cantidad de energía apunta a este “ombligo de la nación”, que tiene gran similitud con su análogo en el cuerpo humano, precisamente por ser la huella del elemento que nutrió al organismo desde su gestación, pero que paradójicamente ha dejado solamente una marca, una cicatriz en el centro del cuerpo.

Como espacio urbano el diseño de la plaza parece ser quizá no el más estético, pero indudablemente el más funcional. En este desierto de 195 por 240 metros siempre sucede algo. Su rígida cuadrícula de cemento negro sirve como una lotificación donde las parcelas pueden ser ocupadas por los campamentos de protesta de cualquier ciudadano inconforme, pasando por ferias comerciales de todo tipo y usos tan absurdos como el parque invernal que se monta durante las fiestas navideñas. Lo interesante es que la ocupación del espacio del Zócalo muestra una compleja red de negociaciones entre sus ocupantes, ya que la cesión de las áreas que un día ocupa un plantón, al siguiente lo puede estar ocupando una marca de refrescos o un candidato presidencial. A los habitantes comunes lo único que nos corresponde es observar sus mutaciones y esperar ansiosamente el único día del año en que el espacio se vacía (y después se satura) completamente: el 16 de septiembre.

Lorenzo Rocha

miércoles, 12 de mayo de 2010

PAISAJE URBANO

OUT/TV
No se pierdan la entrevista con Benjamín Torres, sobre sus proyectos de escultura, este jueves en Paisaje Urbano (Canal 40, cable 140) a las 13:55 y por Internet en www.proyecto40.com.mx/#/internettv (en el area de "Internet TV")

jueves, 6 de mayo de 2010

SERENIDAD


Luis Barragán fue acreedor al premio Pritzker en 1980, en la declaración del jurado se describía su trabajo como un “acto sublime de imaginación poética”. En su discurso de aceptación del premio, el arquitecto utiliza la palabra “serenidad” en siete ocasiones, al hablar de las motivaciones de su trabajo como arquitecto. La serenidad es para Barragán “la misión espiritual de la arquitectura”. Al inicio de su discurso, el arquitecto expresa su sentimiento de alarma por la desaparición de palabras como serenidad, silencio, intimidad y asombro, ideas que fueron su guía a lo largo de su proceso creativo. Más adelante en su discurso repite su lema y aclara que la serenidad es el “antídoto contra la angustia”, un equilibrio frágil que el arquitecto debe preservar cuidando que los detalles del espacio, incluso una indiscriminada paleta de colores, no la ahuyenten. Barragán encuentra en los jardines, en su alma, “la mayor suma de serenidad de la que puede disfrutar el hombre”, citando las palabras del arquitecto francés Ferdinand Bac, quien fue una importante influencia para él en su juventud, el arquitecto añade que sólo en el jardín se puede aunar lo poético con lo misterioso y la serenidad con la alegría: “Un jardín bien logrado contiene no menos que el universo entero”.

Todas las palabras escritas por Barragán en este texto estarían vacías si su obra no fuera capaz de provocar estas sensaciones, u otras similares con los elementos constructivos espaciales propios de la arquitectura. La lectura del discurso de un arquitecto sólo es relevante si las emociones o conceptos que escribe están presentes de modo inequívoco en las características físicas de sus construcciones, en muchos casos de la arquitectura moderna las palabras de los arquitectos suenan huecas, ya que no corresponden con lo que se puede extraer de la experiencia corporal de sus edificios. En este sentido, la preocupación principal de todo arquitecto debería centrarse en su medio de expresión: el espacio, las imágenes y textos que deriven de él, si no se apegan al objeto concreto, son inútiles.

Lorenzo Rocha

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