lunes, 28 de noviembre de 2011

TLATELOLCO


Han pasado poco más de cincuenta años desde que los infames “tugurios” de la otrora frontera norte de la ciudad de México se comenzaran a convertir en un esplendoroso conjunto habitacional y se fundara la memorable Plaza de las tres culturas. Pero la buena memoria no implica que se deba cancelar también las partes lamentables de la historia. Las casi cien hectáreas del predio que fuera propiedad de Ferrocarriles mexicanos, fueron brillantemente desarrollados por tres arquitectos: Mario Pani, Ricardo de Robina y Luis Ramos, con la notable influencia de los conceptos urbanisticos y de la vivienda concebidos por Le Corbusier. Así fue inaugurado este conjunto habitacional y de servicios en 1964.

El paso de los años, las clamidades sucedidas en el lugar han dejado huellas, cicatrices imposibles de borrar. Tlatelolco está desocupado en un sesenta por ciento de su capacidad, en parte también a la desaparición de un importante número de sus edificios durante el sismo de 1985. La demolición de once de sus bloques (el más celebre el edificio Nuevo León), y la reducción en altura de otros cuatro de ellos, además del éxodo de gran parte de sus habitantes por distintas razones, casi todos motivados por el miedo, la inseguridad personal y arquitectónica. Todo ello ha provocado que los espacios abiertos del conjunto se encuentren casi siempre desiertos.
Estoy a favor de que honremos a los artistas del pasado, en este caso a los arquitectos, pero no al grado de permanecer indiferentes ante una realidad que es urgente atender.

Casi todas las publicaciones históricas y guías turísticas muestran un Tlatelolco que ya no existe más. Su tejido social es muy distinto de el que fue en sus inicios, sí existe aún el sentido de lugar que siempre ha tenido y sus vecinos mantienen una notable cohesión social. Sin embargo, no puede permanecer para siempre como un vestigio del caduco modernismo al que representa. Nuevas ideas deben llegar a esa zona de nuestra ciudad y se debe transformar de nuevo en un barrio vivo, como lo fue hace medio siglo.

Lorenzo Rocha

jueves, 17 de noviembre de 2011

ESPACIO PÚBLICO II


Es demasiado frecuente escuchar discusiones donde se separa, o directamente se enfrenta a la ciudadanía con la autoridad, olvidando que la autoridad no es la propietaria de lo público ni mucho menos su adversaria, sino que se encuentra al servicio de la ciudadanía para administrarlo y también los funcionarios públicos a su vez forman parte de la ciudadanía, son ciudadanos como cualquier otro habitante de la metrópolis.

La ciudad la hacemos los propios habitantes, fue establecida por nuestros ancestros, pero gracias a nosotros subsiste y somos nosotros y nadie más quienes estamos facultados para decidir su forma y administración. En sociedades democráticas elegimos a nuestros representantes, éstos se convierten entonces en los responsables de garantizar los servicios y la manutención de espacio público durante sus períodos de mandato. Pero ellos no pueden hacer milagros y los últimos responsables de las condiciones en las que crecen y se encuentran las ciudades somos los propios ciudadanos, incluidos nuestros representantes. Los ciudadanos tenemos el derecho y la capacidad de transformar la ciudad utilizando los derechos civiles, o incluso mediante nuestra postulación para ocupar cargos administrativos.

Las interacciones sociales están todas sujetas a las contingencias y a las negociaciones entre los individuos que ocupan el espacio público. Las negociaciones cotidianas entre los ciudadanos son en ocasiones más efectivas que las leyes, ya que pueden modificarse inmediatamente, mientras que una ley tarda tanto en ser discutida y aprobada, que muchas veces es obsoleta antes incluso de aplicarse por primera vez. No hay ninguna práctica que sea normal cuando se trata del uso del espacio público, todas son contingentes y están sujetas a un proceso crítico constante. Nos conviene cuestionar constantemente todo lo que acontece a nuestro alrededor. En la ciudad no hay nada permanente, todo está en constante transformación y todo es absolutamente reversible.

Lorenzo Rocha

jueves, 10 de noviembre de 2011

ESPACIO PÚBLICO


El espacio público es paradójico, es de todos, pero no es de nadie en particular, no debe privatizarse, pero al ser utilizado por individuos, todos sus usos son privados. Hay quienes piensan que algunas personas se apropian del espacio público cuando ejercen derechos de apartado de cualquiera de sus espacios, también existe la percepción de que la publicidad exterior es uno de los usos abusivos de la vía pública.

El espacio público es un arquetipo casi perfecto del “campo de fuerzas”. Cada individuo tiene una idea de cómo quiere o le conviene usarlo, pero esta idea debe negociarse con todas las demás ideas de los demás individuos que entran inevitablemente en conflicto. Así que el resultado final del uso de lo público está sujeto a constantes mutaciones derivadas de la contingencia entre los individuos y los grupos que estos forman, que no tienen otro objetivo que el de unir fuerzas para tener una actuación más potente en el campo de acción.

¿Cómo se concibe el espacio público? ¿Qué criterios lo organizan? ¿Cómo se normalizan las interacciones sociales en el espacio público? Estas tres preguntas son indudablemente interesantes, sin embargo, no tienen respuestas unívocas. Para empezar el término “espacio público” es demasiado amplio, podríamos intentar reducir el concepto a las áreas abiertas y de tránsito en las ciudades, como las calles, plazas, parques, atrios, etcétera. Sería un error plantear tal reducción ya que de inmediato surgirían cuestionamientos ¿Acaso las carreteras y sus inmediaciones no son espacios públicos? ¿Los parajes naturales deshabitados, no son también de acceso libre, como lo son los parques urbanos? ¿Es necesaria la presencia humana para determinar la existencia de un espacio público o privado?

Lo único cierto es que el uso del suelo es fruto de la interpretación, incluso la noción de propiedad pertenece a la percepción humana y no es inherente al objeto en sí, sino más bien a la perspectiva humana de los derechos que gravitan sobre éste.

Lorenzo Rocha

miércoles, 9 de noviembre de 2011

ENTREVISTA EN MILENIO


En las obras de Teodoro González de León, Ricardo Legorreta y Enrique Norten, entre otros arquitectos, se aprecia más el trabajo enfocado a la imagen del exterior del edificio que a la experiencia sensorial interior, sostiene el crítico Lorenzo Rocha.

Aunque la arquitectura es muy diversa, las críticas hechas por el especialista se basan en lo que actualmente se prioriza en esta bella arte y en la forma de presentar algunos de sus proyectos más representativos, como sucede en el caso de los arquitectos antes mencionados.

Con el afán de abrir un debate al respecto y dejar un documento bibliográfico que ejemplifique el tema, Lorenzo Rocha presentará hoy a las 19:00 horas su más reciente publicación: Ensayos sobre fotografía y arquitectura, en la casa Luis Barragán (General Francisco Ramírez No. 14, colonia Ampliación), donde abrirá un debate con el público sobre este tema.

En la obra plantea que esta preocupación por priorizar el trabajo exterior sobre el interior de los edificios (lo que él llama la desmaterialización arquitectónica), se debe a la aparición de la fotografía y a la excesiva proliferación de imágenes de distintos inmuebles, enfocados a priorizar la experiencia visual antes que la sensorial, dice el también colaborador de MILENIO.

El problema es que esto ha permitido que en la actualidad sea más importante la forma como se presenta un proyecto arquitectónico por encima de la funcionalidad del mismo, destacó. “Sin embargo en la arquitectura es fundamental que la experiencia sensorial y la visual se combinen. La gente que utiliza los edificios no sólo se puede quedar con la imagen de ellos, al usarlos deben de ser cómodos y amigables”, comentó.

Como ejemplo de este fenómeno, en los últimos 50 años se han construido muchas obras con fachadas de cristal que al estar expuestas al sol son incómodas y poco funcionales. Internacionalmente este problema también es muy común. París, Francia, es la ciudad más conocida del mundo. Esto se debe a la excesiva exposición de imágenes del lugar. Desde que apareció la fotografía es la ciudad más fotografiada, señaló Rocha.

“La solución a este problema la planteo en el libro a partir de construir una crítica para que los estudiantes de arquitectura y los profesionales balanceen en sus proyectos las experiencias visuales y sensoriales de un edificio”, apuntó el arquitecto.

Emiliano Ballerini Casal

jueves, 3 de noviembre de 2011

OTRA REALIDAD


Desde que nuestra vida se rodeó de imágenes digitales, pantallas, computadoras y videojuegos, el término “realidad virtual” pasó a pertenecer a nuestro vocabulario cotidiano. Pero, ¿exactamente qué quiere decir realidad virtual? Su significado es tan simple como confuso: decir que algo es virtualmente real, equivale a afirmar que es casi igual a lo real. Entonces tendríamos que definir primero qué es lo real, difícil tarea, casi imposible. Los filósofos nunca se han puesto de acuerdo en la definición de la realidad, aquella que más me convence es la de Hegel, quien decía que la realidad es “un sistema de aproximaciones”.

Lo virtual es aquello que es aparente pero no real, una recreación de una escena particular que, dadas sus características sensoriales, nos de la impresión de ser real aunque no lo sea. Sin embargo, la paradoja de la realidad virtual radica en cuestionarse dónde se encuentra el sujeto cuando está experimentándola. ¿Cuando vemos la pantalla de la computadora, dónde estamos? ¿Estamos en nuestra habitación, o dentro de la imagen digital que estamos observando? ¿Qué sucede si la imagen que observamos representa a su vez otra realidad virtual? Es un fenómeno parecido a soñar dentro de un sueño, tenemos que despertar dos veces.

Si tenemos frente a nosotros un videojuego que muestra imágenes muy realistas y tiene efectos sonoros tan convincentes que nos parece que estamos inmersos en la escena que estamos viendo y oyendo, ¿significa eso que nuestra experiencia es casi real? Ultimadamente, ¿cómo podemos saber si lo que vemos es tan cercano a la experiencia real, si seguramente nunca hemos tenido tal experiencia? En fin, lo único cierto de todo este dilema es que las imágenes y sonidos digitales son experiencias reales como tales, sin necesidad de que se parezcan o se consideren equivalentes a las experiencias físicas en las que están inspiradas. Ninguna experiencia puede ser suplantada por otra, simplemente son dos momentos distintos dentro de la percepción sensorial humana.

Lorenzo Rocha

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