jueves, 25 de febrero de 2010

ARTE URBANO


No tengo duda en afirmar que el cinematógrafo es un artista urbano. La inmensa mayoría de las películas que vemos hoy en día han sido rodadas en ciudades, y muchas de estas ciudades son lo que son en el imaginario colectivo gracias a la cinematografía. El cine surgió al inicio del siglo XX, paralelamente con lo que llamamos la “era urbana”, cuando se comenzó a equilibrar la población rural y urbana. El cine y la metrópolis han crecido juntas, es imposible concebir nuestra cultura urbana actual sin pensar en la construcción de ciudades imaginarias dentro de la utopía de la pantalla grande.

La Ciudad de México ha sido recreada en múltiples ocasiones por realizadores nacionales y extranjeros, en algunas ocasiones como protagonista de un drama urbano —casi como otro personaje más del filme– y en otras como un lugar imaginario y anacrónico. Saltan a la vista dos ejemplos dignos de ser comentados. En 1990, el director Paul Verhoeven inventa un paisaje urbano futurista para la película Total Recall, protagonizada por Arnold Schwarzenegger y Sharon Stone, en el clímax de la película los personajes se ven envueltos en una persecución filmada en la estación del metro Insurgentes y en algunos vagones transformados en un transporte del futuro. Un caso interesante es Romeo+Juliet, realizada en México por Baz Luhrmann en 1996. La película, que cuenta con las notables actuaciones de Leonardo di Caprio y Claire Danes, mantiene el diálogo original de la obra teatral de Shakespeare, pero está ambientada en un México, DF, que extrañamente se encuentra junto al mar (algunas escenas se ruedan en Veracruz) y el clímax de la película sucede en una iglesia de la colonia del Valle.

De este modo se ha construido un imaginario urbano mediante las películas, dado que muchas de las ciudades que vemos en éstas son idealizaciones de las situaciones reales. Como hay más gente que va al cine de la que tiene oportunidad de viajar, entonces el séptimo arte plantea un dilema entre cuáles son las ciudades reales (las que existen físicamente) y cuáles son las imaginarias

Lorenzo Rocha

jueves, 18 de febrero de 2010

LIBRO ABIERTO


Algunas calles de la Ciudad de México nos pueden enseñar auténticas lecciones de historia, no en vano se dice que la ciudad es un libro abierto. Basta pasearse por el Centro Histórico para darse cuenta de que la arquitectura y el tiempo están entrelazados de muchas formas y están sujetos a una mutua influencia. Sin embargo, a veces hacemos esfuerzos para no recordar elementos esenciales de nuestra historia, tal como lo escribe el historiador austriaco Eduard Sekler en su ensayo sobre la arquitectura y el paso del tiempo (del inglés: Architecture and the Flow of Time): “Pero el olvido también va ligado al tiempo, el cual, para defenderse de su fuerza que devora todo, usa como su principal aliada a la arquitectura”. Es indudablemente el caso del Antiguo Palacio de los Condes de Santiago de Calimaya, donde hoy se encuentra el Museo de la Ciudad de México. El edificio fue construido en el siglo XVII, durante la excavación para los cimientos se descubrió una gran piedra basáltica con la figura del dios Quetzalcóatl, que probablemente había pertenecido a la pirámide de Huitzilopochtli que ocupaba un lugar cercano al solar, antes de ser demolida por los conquistadores. Lo sorprendente es que Francisco de Guerrero y Torres, el arquitecto que diseñó el palacio barroco, decidiera utilizar la escultura prehispánica como piedra angular del edificio. Es raro encontrar casos donde exista algún modo de integración de los vestigios mexicas con los restos coloniales. De hecho, salvo la catedral de Cholula, que está edificada directamente encima de una pirámide, ambas arquitecturas se encuentran normalmente aisladas e inconexas.

Esta esquina de la avenida Pino Suárez (antigua calzada de Iztapalapa) y la calle República del Salvador podría ser un paradigma de paisaje urbano donde convivan simbólicamente los elementos que componen la antigüedad de nuestro país: una cultura post-colonial europea cuya piedra angular es el pasado indígena.

Lorenzo Rocha

jueves, 11 de febrero de 2010

DISPOSITIVO ARQUITECTÓNICO


La arquitectura es un dispositivo que ayuda al ser humano a crear una ilusión de permanencia, de algo que trasciende el tiempo de la propia vida. Un escudo protector que la civilización construye contra la fuerza del tiempo, que lo devora todo.

Michael Foucault hablaba de la obsesión de la cultura occidental del siglo XIX respecto a la historia y afirmaba que la época actual es aquella donde predomina la importancia del espacio. Foucault caracterizaba al modernismo del siglo XX como “la época de lo simultáneo, la época de la yuxtaposición, de lo próximo y lo lejano, de lo uno al lado de lo otro, de lo disperso”.

El espacio de la ruina, este “entrecruzamiento fatal del tiempo con el espacio” desmantela el dispositivo que la arquitectura promete a la cultura, el de dejar una huella indeleble en el emplazamiento de los hechos históricos. La ruina no tiene arquitecto, no hay autores de ruinas, las ruinas nos gustan porque son ruinas. En este sentido —y ahora que sale a flote la memoria de nuestro pasado prehispánico— se puede decir que las ruinas y los vestigios arqueológicos con los que contamos son lo más parecido al concepto del anti-monumento.

Este pasado, borrado por la dominación del pensamiento positivista imperante en la historia más reciente de México debe ser incorporado sin mayores reservas al perfil de la identidad del mexicano actual. Incluso algunos de sus símbolos, lejos de ser protegidos escrupulosamente por las autoridades, deberían ser abiertos para que se integren al tejido urbano como lo están todos los otros elementos históricos y urbanos. Podemos caminar tranquilamente por el Zócalo o la Plaza de las Tres Culturas, pero no podemos hacerlo por el Templo Mayor o la Pirámide de Tlatelolco sin la supervisión estricta de los vigilantes del INAH. Somos libres de fotografiar la Catedral o el Templo de Santiago, pero debemos pedir permiso para hacer lo mismo con las pirámides que se encuentran a su lado, ¿ayudaría quizá desacralizar dichos espacios, para llegar a su total integración a nuestra identidad?

Lorenzo Rocha

martes, 9 de febrero de 2010

PAISAJE URBANO

OUT/TV
No se pierdan la entrevista con Claudia Fernández, mañana en Paisaje Urbano (Canal 40, cable 140) en nuevo horario, a las 13:55 y por Internet en www.proyecto40.com.mx (en el area de "Internet TV")

jueves, 4 de febrero de 2010

ESPACIO NUEVO


Hace una semana se inauguró un nuevo espacio para el arte en San Andrés Cholula, Puebla. El espacio lleva el nombre de “Don Apolonio presenta: espacio emergente para proyectos de arte”, como una referencia a la castellanización del nombre del dios griego de las artes: Apolo, de donde deriva lo que entendemos como belleza, o bien aquello que llamamos “apolíneo”.

El ánimo de innovación de los creadores de este pequeño centro cultural está presente desde el mismo nombre con el que se designó al espacio, el cual se divide en una sala de documentación (show room), un espacio para talleres (work shop) y una gran sala de exposición (project room); hasta la misma exposición con la que comienza sus actividades. Los miembros del proyecto, un equipo multidisciplinario y heterárquico formado por artistas y diseñadores muy jóvenes, ha elegido como primera instalación dos obras con alto contenido sociopolítico, realizadas directamente sobre los muros usando la técnica del esténcil, por el taller colectivo Lapiztola (formado por un arquitecto y dos diseñadores gráficos, ver: lapiztola.blogspot.com), que trabaja con sede en la ciudad de Oaxaca. Esta elección ha sido muy significativa porque cuestiona los códigos y formatos por medio de los cuales nos llegan más frecuentemente las obras de arte contemporáneo. Se trata de trabajos que no son tradicionales en sentido pictórico dado su reproducción de corte mecánico, ni lo son tampoco en sentido del arte digital (fijo o en movimiento), que ha resultado lo más frecuente en espacios emergentes de reciente apertura. Gracias a estas características, “Don Apolonio” (para abreviar su kilométrico nombre) augura una renovación, o al menos un poco de aire fresco dentro de la oferta cultural en México, independiente de la absorbente capital del país y con grandes posibilidades de contribuir a la descentralización cultural que tanto hace falta para la evolución de las propuestas tanto a nivel independiente como institucional.

Lorenzo Rocha

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