jueves, 28 de octubre de 2010

ENTREVISTA CON FRANCIS ALŸS


Muchas de las piezas que produces se pueden leer directamente en su soporte material primario o bien mediante su documentación gráfica, fotográfica y escrita, e incluso por historias que se trasmiten por tradición oral. Entre éstas destaca sin duda la pieza “Los siete niveles (o las siete vidas) de la basura”. ¿En qué consiste esta pieza?

En 1995 realicé siete copias de una escultura fallida en fundición de bronce, un material clásico y prácticamente indestructible, las figuras eran caracoles con doble caparazón. Pinté cada una de las piezas de un color distinto y después las coloqué en siete bolsas distintas, mezcladas con basura doméstica. En seguida deposité las bolsas en distintos basureros del centro de la ciudad y sus alrededores. Me interesaba buscar una manera de medir el tiempo que tarda un objeto desde que se tira a la basura, hasta que reaparece en un mercado de cosas usadas.

¿Cuántos de los objetos pudiste localizar y cuántos recuperaste?

Encontré dos de los siete, uno en un mercado de Iztapalapa y otro en Tepito (los cinco restantes no los pude localizar). Solamente recuperé uno de ellos como evidencia del fenómeno, algo así como un juego que consistió en seguir las huellas que dejaron los caracoles.

Esta pieza es sin duda un dispositivo de producción de valor, lo que una persona deshecha, en este caso tú, otra lo recupera y lo reinserta en la economía dándole un valor monetario. ¿Cuál es tu sensación al haber tenido que pagar a alguien más para recuperar una obra tuya?

Hay dos niveles de percepción del valor de lo que antes fue basura, uno es de tipo económico, al pagar un precio para recuperar un objeto que se vende en la calle, estoy validando un sistema de economía y un fenómeno de comercio informal. Haciendo esta transacción, viene el segundo nivel, asumo un papel parecido al del sociólogo, me interesa tener la pieza como prueba de que ocurrió el fenómeno. Reconocer que existe esta economía que subyace a la estructura urbana de la Ciudad de México.

Lorenzo Rocha

jueves, 21 de octubre de 2010

BLANCO Y NEGRO


El fotógrafo michoacano Armando Salas Portugal (1916-1995), comenzó su carrera fotografiando paisajes. Debido a su relación con el arquitecto Luis Barragán, a partir de los años cuarenta, cuando fotografió los Jardines del Pedregal, se convirtió en uno de los más prolíficos fotografos de la arquitectura mexicana del siglo XX. La mayoría de sus fotografías fueron hechas en blanco y negro, una caractrística que sorprende, ya que el uso del color es un sello disitintivo de la arquitectura mexicana de esa época.
La fotografía en blanco y negro es utilizada en general por fotografos que tienen la intención de imprimir en sus imágenes, una visión poética de la realidad visual. No es necesario citar ejemplos, pues casi todos los artistas que utilizan la fotografía como su principal medio de expresión, casi como una consecuencia de su intención artísitca, prescinden del color. Se puede decir que la fotografía en blanco y negro es menos objetiva que la fotografía a color. Una de las razones es que, gracias al contraste entre blanco y negro, los matices de la luz aparecen con mucha más claridad en ausencia del color. La subjetividad de la visión monocromática del fotografo como artista, reside en gran medida en la abstracción que se crea al sintetizar todas las frecuencias lumínicas y cromáticas que se presentan en el fenómeno de la vista humana, en sus extremos: la ausencia total del color (el negro) y la presencia simultánea de todos los colores (el blanco). Tal parece que la fotografía en blanco y negro es el medio natural para la expresión poética de subjetividad del artista, su pureza estética crea una especie de textura en el objeto fotográfico, resta una parte de la información visual que contribuye a dar realismo al arte fotográfico, dentro del cual también se puede distinguir una suerte de hiper-realismo y naturalismo, cuando los artistas recurren al color. También existe en la monocromía como género fotográfico, un fenómeno que podríamos describir como la creación de un ambiente, que por carecer de color, queda envuelto en un cierto halo surreal y onírico.

Lorenzo Rocha

jueves, 14 de octubre de 2010

NOMADAS


Una de las cualidades de la arquitectura en su faceta tradicional es la permanencia. La arquitectura antigua se valoraba por ser sólida y duradera, Vitruvio (el primer teórico de la arquitectura) menciona a la firmitas como una de las tres características, que junto con la belleza y la utilidad, deben estar siempre presentes en una obra de arquitectura.

Los arquitectos más jóvenes han cuestionado esta cualidad durante los últimos años, quizá aduciendo a la velocidad con la que la información transforma nuestra visión del espacio arquitectónico contemporáneo. La arquitectura efímera, que se discutía desde el movimiento futurista en los albores del siglo XX, parece estar cada vez más en el centro de las reflexiones de los arquitectos actuales.

El tema del nomadismo está muy presente en el trabajo de los arquitectos del estudio “Atelier de luz”, los mexicanos Giovanni Acevedo e Irving de la Rosa, quienes radican en Barcelona desde hace algunos años. Desde su propia tesis de licenciatura, comenzaron a experimentar con arquitectura efímera, mediante proyectos pensados y realizados por ellos mismos, lo cual los ha conducido a experimentar con espacios tan variados como el interior de un autobús, transformado en dormitorio, hasta la elevación de un hábitat a más de 30 metros sobre el nivel de la calle, con ayuda de una grúa.

Dentro de sus proyectos virtuales más atractivos se encuentran las dos versiones de viviendas sobre barcazas, que recientemente se presentaron en el festival de arquitectura emergente “Eme3”, realizado en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (ver: www.eme3.org). Ellos mismos describen el proyecto como parte de una serie de ejercicios que buscan alternativas habitables que sean fórmulas compatibles con nuevos estilos de vida en una sociedad cambiante, sin soslayar la experimentación arquitectónica. Es sorprendente que dentro del mismo festival se encuentra también documentación del trabajo de Santiago Borja, que también hemos reseñado en este espacio (MILENIO, La crítica: Espacios 16/03/06).

Lorenzo Rocha

jueves, 7 de octubre de 2010

ARQUITECTO ESCRIBIENTE


Yo escribo esta nota semanalmente desde hace casi cinco años. Es un trabajo que me ha traído gran satisfacción, me ha permitido reflexionar y discutir sobre una enorme diversidad de temas relacionados con mi interés principal: el espacio y la arquitectura. Hago la distinción entre estos dos conceptos ya que no necesariamente a todos los arquitectos les preocupa el tema del espacio como concepto, en cambio el espacio como “materia prima” interesa mucho más a artistas y a otros profesionistas, fuera del gremio arquitectónico. Durante este tiempo he continuado con mi labor como arquitecto, que espero esté reflejando los puntos centrales de los textos que he publicado.

Durante todo el modernismo e incluso desde mucho antes, quizá desde que existe la propia arquitectura, a los arquitectos nos ha interesado escribir. No por ello pensamos que deba tomársenos por escritores, a lo mucho quizá como “escribientes”, amanuenses como Bartelby, el personaje de Herman Melville.

En los últimos años se han publicado textos interesantes, escritos por arquitectos acerca de su propio trabajo, o bien relacionados con conceptos de los cuales les interesa reflexionar. Por su importancia, debo subrayar entre éstos al arquitecto finlandés Juhani Pallasmaa, quien ha escrito en 2005 el libro Los ojos de la piel, un texto fundamental para quien desea comprender la interacción entre los sentidos y la arquitectura. Dentro de las reflexiones fundamentales para la percepción del espacio arquitectónico, resalta también un libro de Peter Zumthor, arquitecto suizo, ganador del Premio Pritzker en 2009. La obra se titula Pensando la arquitectura, y a pesar de que se trata de la transcripción de conferencias dictadas por el autor en distintos momentos, recoge conceptos que, aunados a la experiencia de sus edificios, transmiten una enorme profundidad filosófica. Zumthor escribe atinadamente: “El único modo del que dispone el arquitecto para proyectar edificios que tengan una conexión sensible con su propia vitalidad, consiste en elaborar una filosofía que vaya mucho más allá de la forma y la construcción”.

Lorenzo Rocha

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