domingo, 31 de enero de 2021

ENTREVISTA EN MILENIO

 

Por Patricia Curiel, publicada en Milenio el 30/01/21

"Para el arquitecto Lorenzo Rocha uno de los temas más importantes que se deben atender es devolver a la comunidad un propósito de colectividad. “Los habitantes de las ciudades nos hemos vuelto cada vez más egoístas, aunque estemos en el espacio público estamos solos porque realmente no cooperamos con los demás”. “Esta pandemia y la crisis que estamos viviendo está poniendo de relieve la necesidad que tenemos los habitantes de ser más cooperativos. Si esto lo llevamos al campo de la arquitectura, aunque la arquitectura no es la que norma a la sociedad, sino una consecuencia del orden social, sí pienso que hay un diálogo entre la arquitectura y la sociedad en donde la arquitectura puede aportar algo para el cambio social”. 

Leer texto completo: https://www.milenio.com/cultura/academia-de-arquitectura-debe-pesar-mas-en-decisiones-lorenzo-rocha

jueves, 28 de enero de 2021

SUELO MURO TECHO

El arquitecto Giancarlo De Carlo escribió en 1969: “Un edificio, es tan solo el esbozo de un potencial, no es relevante hasta que sus muros y espacios no sean activados por el grupo de personas para quienes fue construido”. En la arquitectura, las personas son más importantes que los materiales de construcción.

 

La casa es mucho más que las partes que la componen, en algunas casas vernáculas como el Iglú, el suelo el muro y el techo son una sola masa de bloques de hielo que se fusionan por el calor de sus habitantes, son ellos quienes lo hacen habitable con su presencia y gracias a este maravilloso  invento sobreviven a las bajas temperaturas del Ártico. En las ciudades modernas esta sencillez se ha perdido a tal grado, que parecería que una vivienda podría ser casi cualquier cosa, siempre y cuando los materiales de los que esté construida y su forma exterior sean agradables para sus habitantes.
El arquitecto holandés Herman Hertzberger, exponente principal junto con Aldo van Eyck del movimiento arquitectónico conocido como Estructuralismo, afirmaba que la libertad estructural que buscaba con sus proyectos era solamente un instrumento tecnológico para conseguir un fin más importante: la flexibilidad necesaria para que los habitantes de sus espacios para vivir y trabajar pudieran usarlos y modificarlos según sus preferencias y no aquellas que fueron determinadas por el propio arquitecto. Los críticos e historiadores que han analizado edificios suyos como las oficinas de la compañía aseguradora Central Beheer en Apeldoorn, han hecho demasiado hincapié en las características físicas de su arquitectura y su notable estructura, pero han dejado de lado el hecho que ahora, 50 años después de su construcción, los empleados de la compañía siguen utilizando esos mismos espacios adaptados a sus nuevas necesidades. Al respecto, el propio arquitecto, que a sus 88 años de edad sigue activo tanto en su oficina como en la academia, declara: “Lo realmente importante no es el lenguaje de la arquitectura, sino la gramática de la vida”.
Lorenzo Rocha

 

jueves, 21 de enero de 2021

RUINAS CUBIERTAS

En su ensayo titulado “The Ruin” (1911) el sociólogo alemán Georg Simmel escribió: “El encanto de las ruinas consiste en que una obra humana es perceptible como si fuera exclusivamente un producto de la naturaleza”. Al respecto la filósofa española María Zambrano afirmaba: “No hay ruina sin vida vegetal”.

Los edificios antiguos que se encuentran abandonados son invadidos rápidamente por las plantas. Sus condiciones físicas son idóneas para que crezcan hiedras sobre ellos y para que los árboles derriben sus cubiertas con su follaje y sus muros con sus raíces. Podríamos decir que el mundo vegetal “reconquista” el terreno del que las construcciones humanas le habían despojado. Sin embargo, una de las primeras acciones que deben tomar los arqueólogos para reconstruir un edificio en ruinas es retirar toda la materia vegetal, incluidas las plantas más pequeñas como los líquenes, hongos y musgos. 
Con estas acciones, desaparece casi todo el encanto para quienes tenemos pasión por las ruinas. La arquitectura antigua nos enfrenta siempre a una paradoja: Renunciar al presente para preservar el pasado, o renunciar al pasado para dejar lugar al presente. Este dilema encuentra gran cantidad de matices intermedios, el presente puede convivir con el pasado, pero la construcción nueva no puede preservar intacta a la ruina.
Dentro de la gama de soluciones matizadas dentro del abanico que la tecnología constructiva actual nos ofrece, estan por ejemplo las “ventanas arqueológicas”, cristales resistentes al trafico ligero que permiten ver capas constructivas anteriores, que han sido cubiertas por edificios nuevos.
Por desgracia explorar una ruina conlleva peligros para el público y es cada vez más difícil que los custodios de los monumentos arqueológicos permitan a los visitantes transitar libremente por ellas y menos aún a los niños. El encanto de trepar a un árbol que ha crecido dentro de un antiguo monasterio o encima de una pirámide, quedará como un placer hundido profundamente sólo en la memoria de las personas mayores.
Lorenzo Rocha

 

jueves, 14 de enero de 2021

CULTO A LA MUERTE

El vasco es un idioma local que se habla en el norte de España y cuyos orígenes precisos no se conocen con certeza. Es una lengua muy poética con anclaje a los paisajes y creencias locales. En vasco, luna se dice: hilargia, cuya etimología es: “la luz de los muertos”. Este es un buen ejemplo del reflejo del misticismo en un lenguaje vernáculo.
La muerte en México se percibe de manera muy diferente que en el resto de América y Europa. En algunos aspectos el culto a la muerte en nuestro país se asemeja más a culturas asiáticas como la India, que a otros países de habla hispana.
Para los mexicanos la muerte es el elemento que crea la igualdad universal de todas las personas, no importa si en vida fuimos afortunados, talentosos, ricos o pobres, todos llegamos del mismo modo ante nuestro inminente final. Este pensamiento, aunque pueda resultar angustioso, es de algun modo también un recordatorio del valor de la humildad. Las viñetas de José Guadalupe Posada lo mostraron de manera contundente y hoy en día todos los años las “Calaveritas” nos lo recuerdan en sus jocosos versos.
Los europeos católicos creen en la vida eterna y en sus cementerios representan con estatuas el triunfo de la vida sobre la muerte. Nosotros también somos cristianos, pero nuestra creencia en la inmortalidad del alma está matizada por una cierta dosis de irreverencia, que es característica fundamental de nuestro mestizaje. Nuestra cultura popular cuenta con infinidad de representaciones óseas hechas de chocolate y azúcar. Casi en cada hogar se monta el propio altar para recordar a los parientes y amigos muertos, y en los pueblos y barrios populares de las grandes ciudades casi no hay ninguna familia que no visite el camposanto y adorne con flores de cempasúchitl las tumbas. El dia de muertos festejamos, bebemos, lloramos y pretendemos convivir con nuestros deudos. Quizás parezcamos alegres, pero en cierto modo también de este modo disfrazamos nuestro miedo a morir.
Como todas las culturas con tendencia animistas, le conferimos a los objetos atributos sobrenaturales y pensamos que dejando panes y bebidas en el altar, agradaremos a quienes se nos han adelantado.
Los pueblos precolombinos veían a la muerte como un regalo para los dioses, y por ello casi todas sus construcciones contaban con Tzompantli, un muro hecho de cráneos humanos una veces auténticos y en ocasiones representados en piedra labrada.
Lorenzo Rocha

 

jueves, 7 de enero de 2021

COMUNIDAD SIN OBRA

En 1922 el arquitecto austriaco Rudolf Schindler, inmigrante en los Estados Unidos, construyó en Los Ángeles una casa para su familia y para su la de su colega Clyde Chase. El arquitecto se refirió a este proyecto como “Vivienda cooperativa”. Un siglo más tarde, nos deberíamos replantear esta idea, adaptada a las condiciones sociales de nuestra época, en la que la sociedad se ha ido alienando de manera creciente. 

El filósofo francés Jean Luc Nancy sostiene en su libro “La comunidad desobrada”, publicado en 1986, que a partir del fin del comunismo, la comunidad ha sido desobrada, ya que después de la caída de régimen comunista los individuos dejaron de pertenecer a obras sociales y se limitaron a interactuar entre ellos de manera egoísta. En otro de sus libros más importantes “El sentido del mundo” (1993), Nancy escribe: “Todo espacio de sentido es espacio común (luego todo espacio es espacio común...)”.
Ante la pérdida de identidad y sentido de los espacios comunes dentro de las ciudades y dentro de los proyectos de vivienda colectiva, surgen las siguientes preguntas: ¿Cómo pueden contribuir la arquitectura y el urbanismo para poner en obra a la comunidad? Respecto al espacio público: ¿Como dotar de sentido al espacio común? Respecto a la vivienda: ¿Es posible transformar la vivienda actual en un producto social cooperativo?
Para buscar respuestas a estas cuestiones hay que tomar en cuenta en primer lugar el carácter contingente de la arquitectura y el urbanismo, y por lo tanto concebirlos más como consecuencias y menos como causas del orden social.
Actualmente en muchas ciudades los arquitectos jóvenes se han replanteado la idea de la vivienda cooperativa, así como la creación de espacios colectivos de trabajo. Aunque los ejemplos son aún muy escasos, es posible que dichas iniciativas tengan la intención de recuperar el espíritu comunitario perdido durante la segunda mitad del Siglo XX, o quizá sean consecuencia de la creciente revalorización del papel del individuo en la comunidad y su posible puesta en obra, o al menos así nos gustaría que fuese en el futuro próximo.
Lorenzo Rocha 

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