jueves, 23 de febrero de 2012

LUCINA


Es realmente curioso cuando nos entreramos de la etimología de alguna palabra que utilizamos irreflexivamente. Como la palabra Luna, que es una contracción de la voz latina Lucina, que a su vez significa: lucero. La Luna no es más que eso, justamente es el “Lucero de la noche”, una luminaria nocturna, el farol que alumbra las noches terrestres.

Los espacios son definidos en gran medida por la luz, por eso un mismo espacio adquirirá características muy distintas según la hora del día en la que lo visitemos. La luz de la Luna es blanca y si su intensidad es tal que se produzcan sombras (por ejemplo, con la Luna llena), éstas serán muy nítidas y quizá más definidas que las que proyectan los rayos solares. Esto se debe en parte en que la luz de la Luna no es propia, el satélite terrestre es una pantalla blanca que refleja al Sol. En función de estos dos tipos de luz natural (solar y lunar), la mayoría de las personas identifican a la luz blanca como “luz fría”, como una luz mortecina, en contraste la luz solar nos parece cálida.

Pero hay que recordar que toda percepción humana es un producto cultural, la luz sólo es una, es la energía que se deprende cuando los electrones del átomo saltan de un nivel a otro, durante una reacción química, por ejemplo cuando la reacción desprende calor y fuego. Por lo tanto, en sentido estricto no hay luz fría, la luz lunar no transmite el mismo calor que la luz solar por que es un reflejo de ésta. Ciertamente percibimos muchísimo menos calor con la radiación lunar que con la exposición directa al Sol. De igual modo un foco incandescente se calienta notablemente más que un tubo de luz neón, aunque ambas sean manifestaciones del mismo fenómeno.

La percepción de los espacios arquitectónicos está estrechamente ligada a cada cultura en el tiempo y lugar donde se producen. La arquitectura, en su relación con la luz, despierta sensaciones humanas ligadas inevitablemente a la experiencia que cada uno de nosotros traduce en estados de ánimo y reacciones emocionales, las cuales difieren radicalmente en las distintas horas de un mismo día.

Lorenzo Rocha

jueves, 16 de febrero de 2012

TAOS


Algún día visitaré Taos, Nuevo México. Tengo especial interés en conocer la arquitectura del pueblo de los Tihuas, que se compone de bloques apliados de adobe que recuerdan mucho a las construcciones desérticas de Casa Grandes en Chihuahua.

Existe además de la arquitectura un interés ligado a la literatura, ¿qué tendrá este lugar, que atrajo tanto la atención de escritores del siglo XX? Gracias al poder de convocatoria de Mabel Dodge Luhan, una mujer intelectual de Nueva York quien se mudó a Taos en los años veinte, se instalaron en su rancho por distintos períodos, artistas como Georgia O’Keefe, los escritores D.H. Lawrence, Aldous Huxley y Robinson Jeffers y el psicólogo Carl Jung.

Pero seguramente no fue solamente el carisma de Dodge lo que inspiró a estos artistas y científicos, el lugar debe haber tenido una energía especial, derivada seguramente de las comunidades indígenas que allí habitan y que aún hoy en día mantienen con vida sus religiones y rituales animistas.

Sin la mediación de Dodge y probablemente siguiendo la pista de Huxley, también el célebre Carlos Castaneda, menciona a Taos en su libro Las enseñanzas de Don Juan escrito en 1968.

Durante su estancia en Taos, D.H. Lawrence escribió Viva y muera México, un libro de notas sobre sus viajes a Taos y México y La serpiente emplumada, una novela donde muestra mediante personajes ficticios su “peregrinar salvaje” por el territorio desconocido e indígena de México, ambos fueron publicados en inglés en 1927.

Finalmente destaca otro escritor inglés, Aldous Huxley, famoso por libros como Las puertas de la percepción y Un mundo feliz (este último ambientado precisamente en un lugar desértico como Taos). Huxley también viajó a México en compañía de Edward James (pero esa es otra historia y será contada en otra ocasión). Mientras se hospedaba en la casa de Mabel Dodge Luhan, Huxley escribió Fines y medios, un libro de ensayos publicado en 1937 que comienza con un epígrafe de lo más curioso: “Este libro es una combinación de un intenso esfuerzo intelectual con una sinceridad artística emocional, que es lo más escaso y necesario en el mundo de hoy”.

Lorenzo Rocha

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