Durante las dos primeras décadas del siglo XXI, hemos visto como la
arquitectura se ha ido acercando cada vez más a las técnicas y estrategias propias de los negocios inmobiliarios. La lógica financiera ha sido siempre uno de los parámetros más importates que los arquitectos deben tomar en cuenta para sus proyectos, pero ahora ambos campos se han ido entremezclando gradualmente hasta el punto en el que los arquitectos se han visto forzados a adquirir conocimientos básicos de administración y algunos de ellos incluso se han convertido en especialistas dentro del ámbito de los bienes raíces.
El proceso de acercamiento entre arquitectura y finanzas tiene poco impacto real sobre el aspecto estético de la arquitectura, ya que la viabilidad económica es una condición ineludible para toda obra. Quizá una consecuencia negativa del acercamiento entre ambas disciplinas, ha sido el creciente pragmatismo que han adoptado los arquitectos, quienes buscan el éxito económico, abandonado a veces su intención crítica. Es bastante claro que la arquitectura concebida como negocio, difcilmente puede expresar conceptos críticos. El arquitecto holandés Rem Koolhaas, ha sido un personaje central en la discusión sobre el pragmatismo en la arquitectura. Desde 1978, cuando publicó su célebre libro “Delirio de Nueva York”, habló del hecho de que en las motivaciones profundas de los arquitectos existe una parte que definitivamente no puede ser crítica. Por ello es que Koolhaas ha sido considerado por los teóricos más relevantes en la actualidad como el principal abanderado de la arquitectura poscrítica.
La arquitectura de Koolhaas no parece resistirse al statu quo como lo plantearon los arquitectos y teóricos críticos, más se presenta como un producto de éste.
Quizá el agotamiento de la discusión crítica se haya debido a que quienes la iniciaron, la abordaron desde puntos de vista estéticos e históricos. Más recientemente el trabajo de arquitectos relativamente jóvenes como Anne Lacaton, Jean Phillipe Vassal y Alejandro Aravena, han realizado obras con un alto contenido social, que no desdeñan al entorno financiero y político de sus contextos, pero intentan mejorar las condiciones de vida de los habitantes de sus edificios y casas, sin que el bienestar sea solamente accesible a las personas con alta capacidad adquisitiva. Coincide esta búsqueda de proyectos igualitarios con la adopción de métodos participativos de diseño y con una implicación más intensa de los arquitectos en el activismo vecinal, ambas prácticas democráticas pueden ser consideradas también como posturas críticas frente a la cultura dominante.
Lorenzo Rocha
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