El alto índice de criminalidad en las ciudades latinoamericanas está indudablemente ligado a la marginación. A su vez la marginación se debe al crecimiento veloz y desordenado, ocurrido durante la segunda mitad del siglo XX en ciudades como Caracas, Brasilia, Bogotá, Sao Paulo, Medellín, Rio de Janeiro y México.
La urbanista estadunidense Diane Davis, autora del libro “El Leviatán urbano: la ciudad de México en el siglo XX¨, atribuye parte del problema a la realización parcial de los programas urbanísticos modernos durante dicho período. Según Davis, quien estudió sociología antes de especializarse en urbanismo, la modernización de las metrópolis latinoamericanas se realizó en forma de retazos y no totalmente. Durante los años cincuenta se edificaron obras ejemplares como conjuntos habitacionales, hospitales, universidades y edificios de gobierno, además de infraestructuras importantes en todas las ciudades de la región, pero en casi todos los casos, se optó por desplazar a la población de bajos recursos hacia las periferias de las ciudades, marginándolos del progreso centralizado en los nuevos conjuntos.
Dicha marginalización dio origen a un crecimiento informal desmedido que escapó al control del estado y su población quedo excluida de los beneficios sociales implicados en el desarrollo urbano.
Con el modernismo surgieron imágenes pulcras y ordenadas de las ciudades latinoamericanas, pero simultáneamente se crearon escenas de extrema pobreza y desorden en los márgenes del progreso. Actualmente los asentamientos urbanos irregulares que rodean a las metrópolis son zonas que viven situaciones de violencia parecidas a las de países en estado de guerra. En muchas zonas marginales no penetra la policía y ocasionalmente se llevan a cabo redadas para combatir al narcotráfico y al crimen organizado, en las que la autoridad se ve forzada a utilizar tácticas militares. En México, dichas operaciones las realiza la Marina, que es el único cuerpo militar de seguridad nacional que es capaz de afrontar tareas tan complejas.
A pesar del triste panorama que se nos presenta, existen acciones precisas que los urbanistas y arquitectos podemos emprender para mejorar la situación. Fundamentalmente se trata de comenzar a borrar los límites entre la construcción formal e informal y así revertir los efectos de la desigualdad a nivel urbano. El primer elemento que contribuye a la integración es el transporte, la conexión entre centro y periferia ha conseguido mejorar las condiciones sociales. Por ejemplo desde que existen los funiculares en algunas ciudades, se acortaron el tiempo de transporte hacia las colinas a una décima parte. La segunda acción que se ha emprendido en algunas zonas marginales es la construcción de equipamientos educativos, culturales y recreativos en zonas de crecimiento informal. La tercera acción es el crecimiento urbano en altura para evitar la extensión desmedida del espacio urbano en sentido horizontal, la densificación vertical de algunas zonas urbanas ha permitido el mejor aprovechamiento de las redes de servicios urbanos y la creación de nuevos espacios verdes dentro de la trama urbana. Está claro que las aspiraciones del modernismo aún no han sido cumplidas y tampoco superadas, en este caso es útil revisar los planes del pasado y reinterpretarlos para beneficio de la población actualmente marginada.
Lorenzo Rocha
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