Hoy en día quien desee hacer hablar a la arquitectura se verá forzado a recurrir a materiales que carezcan de todo significado. Será necesario reducir al grado cero toda ideología, todos los sueños de la función social y todo residuo de utopía. Manfredo Tafuri LʼArchitecture dans le boudoir
En las ciudades contemporáneas parece inevitable la llegada de una época contraria a la utopía, al idealismo urbano que comenzó en el siglo XVI y que llegó al máximo durante el modernismo.
En la ciudad de México, sin duda el punto más alto de la osadía por parte de los planificadores, los gobernantes. los urbanistas y los arquitectos sucedió durante las años sesenta del siglo XX. Quizá la unidad habitacional Nonoalco-Tlatelolco con sus 15,000 viviendas, inaugurada en 1964, represente ese punto máximo.
Los acontecimientos subsecuentes, dañaron al proyecto tanto simbólicamente como en su propia materialidad. La brutal matanza de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas el 12 de octubre de 1968 y el violento terremoto del 19 de septiembre de 1985, dieron al conjunto y a su imagen utópica un tinte macabro y traumático.
El crecimiento urbano desde entonces no ha cesado ni mucho menos disminuido, las ciudades se han expandido ilimitadamente y se han construido cientos de miles de nuevas casas, sin embargo, su papel representativo del progreso nacional ha cambiado radicalmente.
Hoy en día la ciudad se nos presenta como un producto con valor estrictamente económico, las opciones de vivienda y servicios se evalúan en relación a costos y beneficios. Las decisiones de mudanza de un barrio, de una ciudad e incluso de un país a otro, se sujetan a las ofertas que el mercado nos presenta y a las complejas clasificaciones mercadotécnicas que nos ubican en casillas muy precisas según nuestro poder adquisitivo, nuestro historial de crédito y en general nuestro perfil socioeconómico. ¿Son estos factores puramente ideológicos? ¿El mercado es la nueva teoría social? ¿Hay posibilidades de utopías futuras? En este momento todo ello parece imposible, o al menos altamente incierto.
Para los arquitectos es seguro que se ha terminado la cuestión del estilo, tan importante durante el modernismo. Aquellos que se preocupan por devolver, dentro de lo posible, el carácter social a la arquitectura, piensan mucho más en el uso y en el diálogo entre los espacios y las personas, que en la forma del edificio. De hecho, existen gran cantidad de operaciones arquitectónicas que no implican construcción, como el uso readaptativo de edificios obsoletos o los usos temporales de espacios público y privados, todos ellos mediante formas comunitarias de organización, un pragmatismo extremo, que ha abandonado toda esperanza de un futuro urbano fundamentado en el diseño y en las técnicas constructivas.
Lorenzo Rocha