Como cualquier herramienta, la IA depende de la voluntad de su usuario, sin embargo, su potencial es demasiado grande para ignorarlo. La estructura de la IA es similar, aunque no exactamente igual a la sinapsis del cerebro humano, sobre todo su velocidad de aprendizaje.
El ser humano es un organismo que se caracteriza por la razón. Desde su origen ha utilizado herramientas, objetos que le han ayudado a aumentar sus capacidades físicas y mentales. Algunas máquinas son prótesis que se integran al cuerpo y le dan mayor alcance o fuerza, pero otras son herramientas que alimentan nuestra capacidad intelectual.
Las máquinas que poseen tecnología informática capaz de aprender, pueden suministrar información suficiente a sus usuarios como para asistirlos en la toma de decisiones e incluso en la ejecución de los procesos de producción. Se puede decir entonces que las máquinas actuales tienen capacidad de pensamiento, un pensamiento no-humano. Sin embargo, lo que seguramente no poseen son sentidos, porque carecen de cuerpo. Cuando tenemos claro que la información no es equivalente a la experiencia, podemos ver la diferencia en la inteligencia artificial y natural, esto es especialmente importante para la arquitectura, el urbanismo y para la apreciación del paisaje.
También conviene pensar las implicaciones de la estética, más allá del estudio de la belleza, sino como una forma de conocimiento compartido que se adquiere mediante la experiencia sensible. Para la experiencia estética es indispensable la existencia de una comunidad y desde luego de entes sensibles. Las máquinas no poseen estas características y por lo tanto, es correcto valorarlas como herramientas confiar en su capacidad, pero evitar a toda costa humanizarlas.
Lorenzo Rocha