En su libro “La división de lo sensible” Jacques Rancière propone que la estética no es una disciplina filosófica en sí, sino un “régimen específico de identificación del arte”. Esto implica que no se trata solamente de su relación con la belleza, sino de su papel dentro de la sociedad.
En ocasiones los arquitectos no somos conscientes de que formamos parte de la industria cultural y en virtud de ello, somos los encargados de materializar en nuestras construcciones, los valores de las clases dominantes. Estas clases no solo son las élites que controlan los recursos económicos o los mandatos políticos, sino cualquier grupo o individuo que posea la capacidad de encargar una obra, sea grande o pequeña. En todos los casos, aunque no siempre sea igualmente claro, los arquitectos debemos traducir en formas construidas las aspiraciones de nuestros clientes, o de otro modo, si no lo hacemos, perderemos la oportunidad de participar en sus proyectos. En todos los casos, la belleza se juzga en función de su adecuación a los deseos de los clientes.
Los edificios que albergan a las grandes corporaciones, instituciones financieras o dependencias gubernamentales deben reflejar sus valores, que son casi siempre la solidez, la singularidad, la confianza. Las obras comerciales y privadas requieren de lenguajes un tanto más discretos y de escalas menores, pero en cada caso se deben ajustar a las expectativas de sus propietarios o promotores.
Todo ello apunta a que los gustos no son caprichos personales ni son irrelevantes en el diseño arquitectónico. La construcción debe cumplir con las necesidades de sus promotores y usuarios, la estética e incluso la percepción sensorial de sus elementos, también forman parte de dichas necesidades, tanto como su eficiencia, funcionalidad, e incluso su estabilidad estructural. Al final, todo edificio contribuye al conocimiento que se adquiere mediante la experiencia sensible, juega un papel preponderante en las vidas de las personas que lo habitan y visitan y las representan ante la sociedad como individuos aislados, grupos organizados e instituciones públicas.
Lorenzo Rocha