jueves, 20 de junio de 2013

APROPIACIÓN

La propiedad inmobiliaria es un concepto que difiere notablemente del sentido de propiedad que la mayoría de los ciudadanos posée sobre el espacio público. Las casas particulares pertenecen a sus dueños, ellos tienen el derecho de uso exclusivo de los espacios domésticos, interiores y exteriores. Sin embargo, ninguna obra arquitectónica es totalmente privada, ya que se relaciona visual y espacialmente con el contexto donde se localiza. Por ejemplo, si nos encontramos en un jardín, al interior de una manzana en una zona residencial, disfrutamos de la porción de terreno que corresponde al jardín particular en el cual estamos, pero también disfrutamos de la vista de los demás jardines vecinos y sus árboles, al igual que otros estímulos sensoriales como el canto de los pájaros, o el aroma de las flores, aunque no estén dentro de nuestro jardín. Un fenómeno singular sucede cuando reflexionamos sobre las fachadas, aunque todas ellas son de propiedad privada, en su conjunto son un bien público, ya que de ellas depende la armonía de una calle en su conjunto, o bien, si no existe dicha armonía, sus diseñadores son colectivamente responsables del caos visual del contexo urbano.
El arte público, o mejor dicho, el arte realizado en el espacio abierto, responde a algunas de estas consideraciones, aunque sus objetivos son distintos a los del diseño arquitectónico. Durante la primera mitad del siglo XX, comenzaron a proliferar, sobre todo en Estados Unidos, las “esculturas corporativas”, las piezas de arte situadas en los atrios de los edificios de oficinas. La ciudad de Chicago emitió una normativa en la cual se debía destinar al arte un cierto porcentaje del presupuesto de cualquier edificio nuevo (1.33%), construido en el centro financiero de la ciudad. Esto hizo que la ciudad prácticamente tuviera esculturas en cada manzana del centro, proliferaron las obras de Calder, Moore, Dubuffet, Picasso, Noguchi, Miró, Oldenburg y muchos otros aristas locales e internacionales.
Casi todas las ciudades modernas siguieron esta tendencia, lo cual también dió lugar a no pocas aberraciones, como en nuestra propia ciudad, sobre todo cuando no ha existido ningún comité que regule y juzge la pertinencia de la colocación de esculturas en el espacio urbano. Hoy en día el arte público de vanguardia parece haber migrado hacia el campo de lo efímero y hasta de lo anónimo. Tales manifestaciones artísticas, que sobreviven pocas horas y quedan en la documentación producida por el propio artista, han hecho desparecer las fronteras entre el arte y la vida común cotidiana en las grandes ciudades.
Lorenzo Rocha

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