
Recientemente visité la “Neue Nationalgalerie” en Berlín y reconfirmé cuán necesario es visitar personalmente un edificio, para ser capaz de reflexionar profundamente entorno a éste. La relación corporal y sensorial con las ideas que permanecen en nuestra mente tras visitar un espacio, resulta insustituible. La lectura y la discusión sobre la arquitectura, sólo es auténticamente productiva si se sostiene en una experiencia real de la obra, jamás podrá bastar la fotografía para conocer a fondo el espacio.
En el caso de la Nueva Galería Nacional, una obra de 1968 que se basa en un proyecto no realizado para la compañía Bacardi en Santiago de Cuba (1957), lo más importante es notar que el espacio principal, que se aprecia desde la plaza de acceso, que es la imagen preponderante en casi todas las publicaciones de esta obra, constituye apenas una tercera parte del area total del edificio. Las dependencias principales de la galería: salas de exposiciones, cafetería y demás servicios, se encunetran en la planta semi-enterrada que se aprecia como el basamento del edificio. Si bien la arquitectura de Mies se caracteriza por la transparencia y la continuidad del espacio interior y exterior, en el caso de esta obra, que se encuentra entre las más famosas del Modernismo, las actividades se desarrollan en espacios cerrados, que en ocasiones obtienen su iluminación mediante patios interiores, pero que casi todo el día son iluminados artificalmente.
Unos días después visité el Pabellón de Bracelona, que fue construido por Mies en 1929 para la Feria Universal de esa ciudad, a pesar de tratarse de una reconstrucción del original, el pequeño espacio del pabellón, expresa la pureza conceptual del arquitecto, que fue adaptándose gradualmente a la envergadura de sus siguientes proyectos, hasta llegar a la Nueva Galería Nacional, su última obra, la cual mantiene la imagen de transparencia y fluidez, pero que contradice el lema fundamental de su autor, con sus espacios subterráneos.
Lorenzo Rocha
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