jueves, 31 de julio de 2014

NO MÁS RASCACIELOS

Participar en un debate al que uno no ha sido invitado, es una actitud a todas luces inadecuada. A pesar de ello, me permito expresar mi opinión respecto al dilema planteado por Witold Rybczynski, profesor emérito de urbanismo de la Universidad de Pennsylvania. La pregunta: ¿Los arquitectos-estrella están arruinando a las ciudades? Se planteó hace algunos días a cuatro expertos colaboradores del diario The New York Times. No desperdiciaré espacio aquí para repetir sus posturas, las cuales en general me parecieron condescendientes con el sistema global de los arquitectos de renombre.

La arquitectura global se manifiesta principalmente a través de los llamados edificios-icono. Se trata de construcciones que contemplan dentro de su programa de necesidades, la representación a nivel simbólico de la institución a la que albergan. En la mayoría de los casos estos edificios deben sobresalir en el paisaje urbano y ser parte reconocible de la linea horizontal de una ciudad. Por esta razón, muchos de ellos deben ser edificios de gran altura, que además de su presencia fálica, se puedan divisar a lo lejos y permitan al público relacionarlos con sus antecesores históricos: los obeliscos y las torres.

No es coincidencia que estos edificios adopten el nombre de la compañía que pagó por ellos, aunque en muchos casos hayan sido vendidos y subdividos. Recordamos a los edificios como Seagram (una marca de whisky), o Panam (una linea aérea). Sin embargo, sus inquilinos actuales y pasados, no necesariamente trabajaron para dichas compañías. De hecho, la mayoría de estos edificios permanecieron casi vacíos por años, ya que la demanda de espacio para oficinas era ampliamente superada por la oferta. El icónico edificio Empire State, que con sus 103 pisos ostentó el privilegio de ser el más alto del mundo durante 45 años, permaneció prácticamente vacío por décadas por la depresión económica americana y llegó a ser apodado "Empty State Building" ("Edificio en estado vacío").

Este no es el único caso en el que un edificio icónico permanece vacío, no olvidemos la célebre Torre David en Caracas, que nunca alcanzó a estar terminada y fue invadida masivamente por indigentes. Más recientemente el caso del edificio "The Gherkin" ("El pepino") del arquitecto Norman Foster, que debía albergar a la burocracia de la ciudad de Londres, pero debido a errores en los cálculos financieros, ha sido puesto a la venta.

Los arquitectos-estrella y las corporaciones que los respaldan, seguirán arruinando el paisaje urbano de nuestras ciudades, mientras la ciudadanía siga aceptando y el gobierno continúe permitiendo la construcción de los rascacielos que no necesitamos.

Lorenzo Rocha

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