Durante la última semana
hemos escuchado a mucha gente que ha expresado su intención de colaborar en la
reconstrucción de las casas y edificios destruidos durante los terremotos del
pasado mes de septiembre, tanto en la capital como en las demás poblaciones
afectadas. Se trata sin duda de muestras de gran generosidad y de genuino
interés por contribuir a mejorar el estado de las cosas después del desastre.
Antes de comenzar un
esfuerzo serio y profesional de reconstrucción, sería de gran importancia
definir sus parámetros. Los damnificados, las personas que sufrieron daños por
el desastre, son sin duda millones, no solamente los directamente afectados.
Sin duda se trata en primera instancia de quienes perdieron sus hogares,
escuelas y lugares de trabajo, estas personas son las que requieren ayuda con
mayor urgencia, pero también es necesario tomar en cuenta a quienes carecen de
vivienda digna, no necesariamente por efectos de los desastres, sino por su
nivel de pobreza.
Una experiencia que
deriva del terremoto de 1985 es que la desigualdad y la pobreza se hicieron aún
más evidentes durante la catástrofe, a los albergues construidos para atender a
los daminificados, se presentaron numerosas personas que ya vivían en la
miseria desde antes del desastre. Hasta hace algunos años aún vivían en la
colonia Roma personas que construyeron casas de cartón en los terrenos donde se
habían colapsado algunos edificios, dichos “albergues temporales”,
permanecieron habitados por más de 20 años, otros aún existen en la periferia
de la ciudad. Esperemos que esto no suceda de nuevo, que los refugios
temporales no se conviertan en moradas definitivas. Los recientes sismos nos
han recordado que al menos en la ciudad de México, existen decenas de edificios
en peligro de colapsar y que una buena parte de la construcción dañada hace 32
años nunca se reparó y continúa abandonada, además de los numerosos terrenos
baldíos que no han sido aún edificados.
Considero que un plan de
reconstrucción debe intentar incluir también a la población que vive permanentemente
en condiciones precarias. Parece injusto que se vayan a construir casas nuevas
para quienes perdieron las suyas recientemente, excluyendo a quienes nunca han
tenido una vivienda de buena calidad.
Es obvio que la
reconstrucción no es una tarea exclusiva del estado, como tampoco lo es la
construcción sólida de viviendas, asi como la actuación socialmente responsable
de los empresarios del sector inmobiliario. Si abordamos el problema
positivamente, el esfuerzo de reconstrucción que enfrentaremos durante los
próximos meses y años resultará en la mejoría de las condiciones de vida de
toda la población, para que en desastres futuros haya cada vez menos
damnificados y también disminuya la cantidad de personas desposeídas, que es
alarmante en nuestro país.
Lorenzo Rocha
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