En estos días han
circulado en medios impresos y electrónicos, múltiples reflexiones derivadas de
la situación de las miles de personas que han perdido su hogar por causa del
reciente terremoto que golpeó a la ciudad de México y a numerosas poblaciones
en los estados de México, Morelos, Puebla, Oaxaca y Chiapas. Como hemos
señalado, todas estas personas, sumadas a los millones de personas que viven en
la informalidad, requerirán de una vivienda nueva. Es muy clara la movilización
de los medios profesionales compuestos por arquitectos, ingenieros y urbanistas
para proponer soluciones ante la situación de emergencia. Seguramente también
las universidades donde se imparten estudios en dichas disciplinas, intentarán
plantear ideas y proyectos con los mismos fines. Espero que la búsqueda de
soluciones al problema de la vivienda no se pierda en consideraciones utópicas
y sobre todo, no se norme por las leyes del mercado inmobiliario, sino por el
interés en el bien común.
La fuerza de la
costumbre genera la normalización de situaciones ilógicas e inadecuadas.
Quienes transitamos por el centro histórico nos hemos acostumbrado a ver
diairiamente el edificio inconcluso que se encuentra en la esquina del Eje
central Lázaro Cárdenas y Arcos de Belén, a fuerza de verlo una y otra vez nos
hemos visto en la necesidad de aceptar su terrible aspecto, a la vez que su
anormal circunstancia. El edificio de 15 pisos se quedó inconcluso hace 32 años
ya que su estructura falló durante los sismos de septiembre de 1985, desde
entonces sus propietarios no han tomado ninguna acción, no lo han
reestructurado, ni han intentado demolerlo, a pesar de que por ley deberían
hacerlo ya que su mal estado pone en peligro a las construcciones aledañas y a
los viandantes. Tampoco la administración pública ha cumplido con su deber de
garantizar la seguridad de las personas que habitan en sus alrededores. En ese
edificio, podrían vivir aproximadamente 900 personas, si se hicieran las
adecuaciones necesarias a la estructura y a la distribución interior de los espacios,
pero parece que de momento se mantendrá como está, ante la pasividad de sus
propietarios y las autoridades.
Tristemente no es el
único caso de espacios ociosos dentro de la ciudad, en cada colonia encontramos
casas y edificios abandonados y terrenos baldíos donde antes hubo
construcciones que colapsaron o fueron demolidas. Está claro que la situación
de estancamiento de todas esas propiedades responde a la especulación inmobiliaria.
La actitud del especulador es reprobable desde el punto de vista ético, ya que
congela el potencial de su propiedad en espera de mayores ganacias, mientras el
suelo se encarece y la población continúa sin acceso a vivienda digna. En
tiempos como el presente, la sociedad debería exigir a las autioridades que
impongan coutas especiales a quienes especulen con el suelo urbano, para desalentar
este mecanismo pernicioso y contribuir a solucionar los problemas a los que nos
enfrentamos.
Lorenzo Rocha
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