En varios medios se ha discutido si es adecuado comparar la pandemia con un estado de guerra. Sobre todo los políticos han utilizado metáforas de guerra para describir sus acciones ante la crisis. Por todo el mundo se han oido decir frases como: “ganaremos esta batalla”, “venceremos al virus” o “el enemigo común”.
No cabe duda que el uso de metáforas asimilando la crisis a una guerra es absurdo. Para que exista una guerra, tiene que existir intención de causar daño. Un virus carece de voluntad, ni siquiera está claro si se trata de una forma de vida, o de un simple aminoácido.
Si estuviéramos en estado de guerra, entonces los arquitectos y urbanistas estaríamos encarando una inminente reconstrucción. Pero al no haber guerra ni desastre natural, no ha habido destrucción y por lo tanto no hay nada qué reconstruir, lo cual hace más difícil saber cuál será nuestra labor.
Provisionalmente parece que lo que se avecina será un proceso de readaptación. Los espacios públicos y privados necesitarán adaptarse a las condiciones necesarias para garantizar la buena salud de sus habitantes. El espacio público, las calles y plazas, creadas para el transito de las personas y para el intercambio social, deberán disminuir su intensidad de uso. Por ejemplo, en España se implementó la aplicación de franjas horarias para separar el uso de la via pública según distintas edades, esto contribuyó notablemente a la disminución de casos de infección. Sin embargo, es muy difícil prever cómo podría funcionar el transporte público y los centros de las ciudades con estrategias similares. En lo que respecta a los espacios privados, las viviendas y los semi-públicos, comercios y oficinas, esta crisis ha resaltado sin duda defectos que con el tiempo deben corregirse.
Nos ha quedado claro que las casas en las que habitamos son demasiado pequeñas e inadecuadas para la convivencia de las familias y para su uso como espacios de estudio y trabajo. En cuanto al comercio, los restaurantes y los lugares de trabajo, su diseño alienta la proximidad entre las personas. Será muy difícil, pero deberán adaptarse para conseguir un menor contacto físico, tanto entre usuarios como entre éstos y los prestadores de servicios.
Lorenzo Rocha