El arquitecto inglés Neil Leach escribió en 1999 su libro La An-estética de la arquitectura, en él critica la cultura de las imágenes arquitectónicas seductoras: “En tal cultura, la única estrategia efectiva es la de la seducción. El proyecto arquitectónico se reduce a un juego de formas vacías y seductoras y se apropia de la filosofía como barniz intelectual para justificarlas.”
Se ha discutido mucho últimamente respecto a una aparente contradicción entre la estética y la funcionalidad de la arquitectura. Muchos críticos parecen pensar que hay una relación inversamente proporcional entre ellas. Sin embargo, no cabe ninguna duda de que una obra arquitectónica debe ser bella y eficiente simultáneamente, esto es lo que se define como calidad arquitectónica. El público, los habitantes y los profesionales jamás deben aceptar proyectos para casas, edificios o ciudades que estén por debajo del mínimo de calidad requerido por las entidades o personas que encargan los trabajos.
Desgraciadamente hay un fenómeno mediático que envuelve el prestigio de los arquitectos y que muy frecuentemente afecta la calidad de las construcciones. Es lo relacionado con la arquitectura de la imagen. Este tipo de arquitectura favorece gestos de diseño cuyo principal y a veces único objetivo es que sean fotogénicos, de tal modo que aparezcan bien en las publicaciones que eventualmente pueden llevar a que se otorguen premios a sus autores. Todo ello, repercute en que dichos diseñadores obtengan nuevos encargos y distinciones basados en sus trabajos, pero no en sentido de su papel social en las comunidades donde se insertan, sino solamente por su valor visual.
La arquitectura se fundamenta en la satisfacción de las necesidades de los habitantes y usuarios, además de una dimensión cultural relacionada con los contextos donde se edifica. Cuando una obra resulta inútil para la comunidad, cuando se deteriora con velocidad o cuenta con elementos que impiden el correcto uso de sus espacios, por más bonita que se vea en las fotografías, debe ser cuestionada y rechazada por la sociedad. Esto también implica la capacidad de autocrítica que debemos tener los propios arquitectos, que tenemos derecho a defender nuestro trabajo, pero no a costa de ocultar nuestros errores.
Lorenzo Rocha
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