Detrás del edificio donde trabajo hay un espacio que se puede considerar un vacío urbano. Es una especie de patio trasero por que está del lado opuesto de la fachada principal del edificio. El ayuntamiento lo ha acondicionado como plaza pública, con un piso de piedra muy cara, unos faroles de diseño moderno que siempre están apagados y jardineras con plantas.No se puede decir que es un lugar completamente abierto por que algunas personas estacionan en ella sus coches (sin permiso, aunque tampoco reciben multas) lo cual lo convierte en estacionamiento informal. Por la mañana pasean en ella algunas ancianas con sus perros, después de medio día se ven jugando a la pelota a algunos niños del barrio y más tarde se reúnen ahí adolescentes que hablan de sus motos y fiestas. Este espacio me hace pensar en la verdadera vocación del espacio público, una serie de situaciónes en constante mutación, según quien lo ocupe. Cada grupo se apropia del lugar en un horario distinto, como esta es una plaza muy pequeña nunca coinciden las personas de diferentes edades, como si tuvieran un acuerdo tácito. El ayuntamiento colocó algunas plantas en el lugar, primero unas palmeras muy altas y algunos pinos en las orillas, ninguna de ambas especies ha sobrevivido, y ahora que es primavera, los señores de la administración de parques y jardines han decidido cambiar los pinos por alguna planta trepadora con flores muy bonitas, a la que no auguro una larga vida. ¿Por qué la gente no ciuda e incluso destruye las plantas? Quizás por que no las considera suyas. Tampoco hay en general mucho respeto al espacio público, las ancianas no recogen los desechos de sus perros, los niños tiran las envolturas de sus dulces al suelo y los jóvenes pintan graffitti en los muros. Esta plaza no tiene un nombre, no es de nadie, nadie se siente identificado con ella, no tiene dueño, o peor aún, quizá por desfortuna, es de todos.
Lorenzo Rocha
(publicado en el diario MILENIO el 17/04/08)
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