jueves, 11 de febrero de 2010
DISPOSITIVO ARQUITECTÓNICO
La arquitectura es un dispositivo que ayuda al ser humano a crear una ilusión de permanencia, de algo que trasciende el tiempo de la propia vida. Un escudo protector que la civilización construye contra la fuerza del tiempo, que lo devora todo.
Michael Foucault hablaba de la obsesión de la cultura occidental del siglo XIX respecto a la historia y afirmaba que la época actual es aquella donde predomina la importancia del espacio. Foucault caracterizaba al modernismo del siglo XX como “la época de lo simultáneo, la época de la yuxtaposición, de lo próximo y lo lejano, de lo uno al lado de lo otro, de lo disperso”.
El espacio de la ruina, este “entrecruzamiento fatal del tiempo con el espacio” desmantela el dispositivo que la arquitectura promete a la cultura, el de dejar una huella indeleble en el emplazamiento de los hechos históricos. La ruina no tiene arquitecto, no hay autores de ruinas, las ruinas nos gustan porque son ruinas. En este sentido —y ahora que sale a flote la memoria de nuestro pasado prehispánico— se puede decir que las ruinas y los vestigios arqueológicos con los que contamos son lo más parecido al concepto del anti-monumento.
Este pasado, borrado por la dominación del pensamiento positivista imperante en la historia más reciente de México debe ser incorporado sin mayores reservas al perfil de la identidad del mexicano actual. Incluso algunos de sus símbolos, lejos de ser protegidos escrupulosamente por las autoridades, deberían ser abiertos para que se integren al tejido urbano como lo están todos los otros elementos históricos y urbanos. Podemos caminar tranquilamente por el Zócalo o la Plaza de las Tres Culturas, pero no podemos hacerlo por el Templo Mayor o la Pirámide de Tlatelolco sin la supervisión estricta de los vigilantes del INAH. Somos libres de fotografiar la Catedral o el Templo de Santiago, pero debemos pedir permiso para hacer lo mismo con las pirámides que se encuentran a su lado, ¿ayudaría quizá desacralizar dichos espacios, para llegar a su total integración a nuestra identidad?
Lorenzo Rocha
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