jueves, 6 de enero de 2011

LA CRUZ DE MONDRIAN


El Racionalismo, la corriente de pensamiento más dominante durante los dos siglos anteriores al nuestro, dio origen a una división tajante entre el hombre y su medio, entre lo natural y lo artificial, a tal grado que la naturaleza y lo humano —aún hoy en día— son considerados como conceptos opuestos. El filósofo italiano Giuseppe Zarone describe la abstracción extrema del arte neoplasticista en los siguientes términos: “El equilibrio presupone siempre una forma que es unidad [...] producto plástico del uso diestro de los ejes ortogonales, de aquella cruz por la cual el arte puede reconstruir la vida”. La línea recta es, para los racionalistas, la única forma plenamente humana, el objeto que prueba que el hombre es capaz de crear algo que la naturaleza no puede hacer. Pero ¿qué sucede cuando asumimos que el ser humano es tan solo un elemento más dentro del universo natural? Entonces lo artificial deja de existir en sentido estricto, ya que toda creación del hombre pertenecería simultáneamente a lo humano y a la naturaleza. Es una idea difícil de asumir, ya que si pensáramos de ese modo, desaparecería la idea de la supuesta superioridad de la especie humana sobre las demás criaturas y entonces perdería sentido la sapiencia, que siempre hemos percibido como el elemento distintivo de nuestra especie, Homo sapiens.

La arquitectura es una de las disciplinas humanas más radicalmente convencida en la existencia de las cosas artificiales, existe para cubrir las necesidades de refugio que nuestro propio cuerpo no es capaz de proveer, y se sirve de los elementos tecnológicos más avanzados disponibles para su materialización. Por ello quizá los arquitectos somos uno de los grupos humanos más resistentes a asumir auténticamente un papel a favor de la ecología. Esto se manifiesta también en el plano estético del diseño arquitectónico, que hasta hoy aún sigue anclado en la tradición plástica de artistas de mediados del siglo XX, como el propio Piet Mondrian.

Lorenzo Rocha

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