Las palabras poéticas que cito a continuación, escritas por Ricardo Pohlenz en su texto titulado “La luz aprendida” (publicado en la revista [ESPACIO] #7 “Luz”, agosto 2008), sin duda nos iluminan:
“La luz es un borde dado otorgado, según sea la distancia es el doble salto, el sobresalto perseguido sucedido de partículas que caen colgadas de hilos prendidos en valses, iluminado cada rayo corre tanto, que nada corre tan rápido que se deshaga tan veloz.”
Escrito de manera sublime por Pohlenz, nos damos cuenta de que es la inexorable fuerza y presencia de la luz solar lo que ha moldeado la idea de la luz en nuestra conciencia y lo que nos puede inspirar más como artistas, arquitectos o poetas. Por lo tanto, es preciso considerar que el fuego y el calor son dos elementos inseparables de cualquier fuente luminosa y energética. Sin embargo, pensar por un momento en el Sol —una estrella enana amarilla relativamente pequeña e irrelevante dentro de lo infinito del Universo— es un ejercicio mental fascinante.
El Sol es en cierta forma un planeta, compuesto de hidrógeno y helio, un cuerpo celeste en constante contracción y expansión. Está materialmente en llamas, como un astro cuya superficie está totalmente cubierta por volcanes y sus terremotos —miles de veces más fuertes que los nuestros— son fenómenos cotidianos y sin mayores consecuencias. Está claro que en el Sol no existe el concepto tan humano de desastre natural. Los astrólogos nos explican que se está enfriando gradualmente y que algún día se apagará (se calcula que ha estado radiando desde hace unos cuarenta mil millones de años y que continuará así otros sesenta mil), esta oscura idea no deja de darnos un ligero vértigo. Pero todo el espacio en nuestro modesto planeta Tierra está definido y alimentado por la luz del Sol, por la incandescencia líquida de la radiación solar, la cual sabemos que es impalpable, pero que tantas veces hemos tocado y modelado casi como si fuera cristal fundido.Lorenzo Rocha
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