Desde que se definió por primera vez a la arquitectura, se ha establecido una división tácita entre la arquitectura de autor, de aquella que se considera anónima.
Ya desde la Roma clásica, desde los propios fundamentos de la cultura occidental, existía una clasificación del arte edilicia urbana. Por una parte, se definía a la res publica —“la cosa pública”—, que incluía aquellos edificios de autor que albergaban a las instituciones del estado, la religión, el comercio oficial (la basílica) o las ceremonias “deportivas” (el coliseo o el anfiteatro). De un modo claramente diferenciado, los romanos definían a la vivienda privada, los talleres de artesanos, los pequeños comercios, como res privata. Desde entonces, la arquitectura occidental ya reconocía a los autores de edificios singulares, como por ejemplo el Panteón (“el lugar de todos los dioses”, construido en el año 27 a. C. por Marco Agripa).
La arquitectura anónima, o mejor dicho la arquitectura sin arquitectos, se denomina también vernácula, término que se utiliza indistintamente para describir otras artes como la pintura o la música de la cual se desconoce al autor. La palabra vernáculo se refiere específicamente a todo aquello relacionado con lo doméstico, nativo, local e indígena. Los académicos de la arquitectura en general han reconocido el valor tipológico de las construcciones vernáculas, por su manejo de los materiales locales y por las técnicas empíricas de dichas edificaciones, pero jamás reconocerían su valor a nivel artístico. Por ejemplo, desde el siglo XIX se ha dado un destacado tratamiento a las chozas indígenas de muchas regiones del mundo, en especial aquellas de la cultura maya. Este tratamiento a nivel teórico las ha convertido en tipologías tectónicas en distintos tratados clásicos de la arquitectura hasta nuestros días, elogiando su inteligencia para conseguir soluciones ligeras y efectivas para el aislamiento térmico y protección de las intensas lluvias en los lugares tropicales. Sin embargo, difícilmente se reconocería su valor cuando se utilizan en construcciones de mayor envergadura, como las palapas que cubren los vestíbulos de numerosos hoteles de playa en el sureste mexicano.
Existen otros tipos de construcciones anónimas: los masivos conjuntos habitacionales y ciudades enteras que se realizan mediante la autoconstrucción. Si tomamos en cuenta la enorme cantidad de construcciones donde no intervenimos los arquitectos, sería útil preguntarnos ¿cuál es nuestro papel en la sociedad actual?
Lorenzo Rocha
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