La arquitectura es una de las bellas artes, comparable a la escultura en su aspecto exterior, pero con espacio interior que sirve a una función determinada. La parte funcional de la obra arquitectónica es la que genera su condición de habitabilidad, llevando a este arte a un estado liminal entre su carácter estético y su inherente funcionalidad.
Quizá por esta razón prácticamente no existe un público interesado en la arquitectura como objeto de arte. Mucha gente visita edificios históricos o contemporáneos para admirarlos, por su espectacularidad o valor simbólico, pero sería difícil caracterizar a estas personas como espectadores en el mismo sentido en que se identifica a quienes visitan los museos para apreciar el arte ahí expuesto. Un espectador, por definición, es alguien que tiene una expectativa previa que lo motiva a desplazarse hasta la sala de exposición para entrar en contacto con el arte. Para hacerlo, algunos se preparan, estudian o al menos se sienten atraídos por la curiosidad de ver y experimentar la obra, y normalmente se forman una opinión de ésta. Quién visita un edificio, una ruina o alguna zona específica de la ciudad donde vive, no lo hace con la consciencia plena de que aquello que experimenta, además de su valor histórico o práctico, es una obra que se crea sobre preceptos teóricos y estéticos. La mayor parte de los visitantes de edificios son turistas, que pasan su tiempo libre paseando por la ciudad y haciendose fotografías junto a los monumentos y en la plazas o parques. La mayoría de los visitantes de la arquitectura carecen de espíritu crítico y pueden quizá manifestar su agrado o decepción frente a una obra, pero difícilmente podrían expresar una opinión más profunda como la que probablemente tendrían frente un cuadro o una escultura. Los edificios y espacios urbanos monumentales cuentan sin duda con un tipo de público, pero toda la demás arquitectura: habitacional, comercial e industrial, que en muchos casos ha sido diseñada bajo los mismos preceptos y prerrogativas, pasa desapercibida salvo para los propios arquitectos, que suelen ser los únicos que se interesan en ella.
El arquitecto suizo Jacques Herzog escribe al respecto: “Un edificio es un edificio, no se puede leer como un libro, no tiene créditos, subtítulos o etiquetas como los cuadros en una galería. La fuerza de nuestros edificios es el impacto visceral inmediato que provocan en el visitante”, conseguir dicho impacto es aún más difícil cuando el visitante no es consciente de la existencia de la parte estética dentro de toda obra de arquitectura.
Lorenzo Rocha
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