La ciudad moderna se caracteriza por la yuxtaposición de múltiples elementos disímbolos. Si bien el concepto general de belleza urbana se caracteriza por la homogeneidad, en las ciudades de hoy en todo el mundo, se nota el afán de cada uno por destacar de la multitud. Lo que antes se entendía como identidad comunitaria, hoy se ha sustituido por la suma de las individaulidades. Los arquitectos hemos perdido la perspectiva de nuestro papel como constructores de la ciudad, cada edificio se diseña sin tomar en cuenta su contexto, como si estuviera en un lugar aislado del entorno. La ciudad entendida como un coro con solistas, compuesta por la vivienda, comercio y servicios como una masa compleja pero homogénea, con los edificios singulares que se convierten en símbolos de poder e ideología, ha sido suplantada por la ciudad de la acumulación infinita.
Nuestras ciudades podrían seguir creciendo hasta volverse una sola, hasta que todo el planeta Tierra esté cubierto de asfalto y concreto. ¿Quién puede definir con certeza los límites de la ciudad de México?
De hecho, en países como Holanda y Japón, que cuentan con un territorio mínimo, combinado con una gran densidad de población, prácticamente ya no existe la distinción entre el medio rural y urbano, todo el terrtorio está planificado y casi todo, urbanizado. También la costa de California, desde San Diego hasta San Francisco, es un territorio completamente construido.
La ciudad es, sin duda una casa grande y por ende, la casa es una ciudad pequeña. Como obra colectiva de todos sus habitantes, la ciudad moderna refleja un trastorno de acumulación obsesiva-complusiva. Parece que los habitantes de las ciudades de ahora, no somos capaces de desprendernos de la arquitectura que ha dejado de funcionar, conservamos todo, lo readaptamos al nuevo uso, reintegramos los materiales de desecho dentro de un proceso interminable de uso y reuso que nos lleva a quedarnos estancados irremediablemente.
Si tomamos un trayecto habitual a pie, digamos de la casa al mercado, trabajo o escuela y observamos detenidamente todo lo que nos vamos encontrando a lo largo del camino, veremos como hay casas que parecen templos, tiendas que parecen museos e iglesias que parecen fábricas. Además veremos el poco cuidado que cada vecino tiene del aspecto exterior de casa, del mal estado de las plantas y árboles, de las grietas y desniveles de las banquetas, del salvajismo de los automovilistas. Caminar en una calle de cualquier barrio de la ciudad de México es una experiencia parecida a entrar al pasillo de un manicomio.
Lorenzo Rocha
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