A diferencia de la medicina o del derecho, la arquitectura es una profesión elitista. A pesar de que la mayoría de los médicos y abogados tienen salarios altos en el sector privado, dichas profesiones están muy desarrolladas para ser capaces de atender al público de bajos recursos. Casi nadie, por pobre que sea, se queda sin la posibilidad de recibir atención médica, ni una defensa de sus derechos, aunque no tenga el dinero suficiente para pagar a un médico o a un abogado. Este servicio de seguridad social le corresponde al Estado, el cual canaliza la ayuda mediante instituciones que cuentan con la participación de los profesionales más calificados en las materias que cubren.
¿Porqué entonces la gente de bajos recursos no tiene acceso a una vivienda digna? ¿Porqué no existen maneras de que la arquitectura de calidad llegue a todos los sectores sociales? En parte se debe seguramente a que los organismos gubernamentales que se ocupan de la vivienda y de los proyectos educativos, culturales y comunitarios, dejaron de lado a la arquitectura desde hace mucho tiempo. Todos recordamos las épocas en las que los conjuntos habitacionales los proyectaban los mejores arquitectos del país, como Mario Pani, Manuel González Rul, Héctor Velazquez y Teodoro González de León, entre muchos más. También las ecuelas públicas rurales solían estar sujetas a normas de construcción que fueron cuidadosamente ideadas por arquitectos de la talla de Juan O'Gorman y Perdo Ramírez Vázquez.
En parte el Estado mexicano ha declinado en su impulso de proyectos públicos, pero también el gremio de los arquitectos se ha apartado del ámbito social, interesándose cada vez más en proyectos públicos o privados espectaculares, que les procuren fama y les permitan forjarse una imagen y proyección internacional. Hoy en día los proyectos arquitectónicos de índole social, se encuentran casi exclusivamente gestionados por organizaciones no gubernamentales.
Los proyectos en comunidades indígenas que viven en áreas de dificil acceso, se realizan gracias al apoyo de fundaciones religiosas o mediante los programas de cooperación internacional. Con donativos privados, se consiguen construir escuelas, casas y clínicas en los sitios más remotos de la geografía nacional. Lamentablemente muy pocos arquitectos mexicanos se interesan en este sector y están dispuestos a sacrificar su notoriedad para beneficiar a grupos de bajos recursos económicos. Uno de los pocos arquitectos que lo han hecho es sin duda Óscar Hagerman, quien opina que es más importante el proyecto social de un edificio, que su proyecto arquitectónico, o más bien que ambos deben fusionarse para cumplir cabalmente con su misión.
Lorenzo Rocha
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