Admito que es un tanto fastidiosa la actitud que asumimos los críticos al insistir tanto en el significado de los términos que utilizamos. Pero el uso repetido de las palabras, desgasta sus orígenes y su relevancia histórica al grado de volverse necesaria una renovación del lenguaje que utilizamos para nuestras discusiones.
Tal es el caso de la función aplicada a la arquitectura. Una de las frases más utilizadas en las escuelas de arquitectura es: “La función define a la forma¨, que sin duda es un aforismo muy elocuente, pero cuyo significado se ha deformado por haberlo extraido fuera de su contexto original. En el texto ¨El edificio alto para oficinas, considerado artísticamente¨, escrito en 1896 por el arquitecto estadounidense Louis Sullivan, el autor consideraba a la función estructural como el factor primordial para el diseño de los rascacielos.
Incluso el movimiento conocido como Funcionalismo, se refería a la función desde el punto de vista constructivo y como una respuesta estética a la necesidad de abolir la ornamentación aplicada a la composición de la arquitectura.
Actualmente quienes utilizan el adjetivo ¨funcional¨ para calificar a la arquitectura, se refieren a otro concepto más parecido a la eficiencia. Se dice que un edificio funciona correctamente, cuando sus circulaciones son eficientes y sus espacios están correctamente iluminados y ventilados, características que no guardan casi ninguna relación con el lenguaje arquitectónico y con los principios estéticos del diseño funcionalista.
La eficiencia también es importante para la arquitectura, de hecho entre los años de 1950 y 1970, varios estudiosos como Gordon Cullen y Christopher Alexander, dedicaron estudios profundos a las tipologías de la arquitectura tradicional, a los patrones de lenguaje en los pueblos y ciudades y a las relaciones espaciales entre distintas partes de los programas arquitectónicos. A dicha corriente de pensamiento se le conoce como Eficientismo. La eficiencia es muy importante para la racionalización de la construcción y su optimización económica y volumétrica, lo cual constituye una prerrogativa implícita en la responsabilidad profesional de todo arquitecto. Pero la eficiencia no debe relegar a segundo plano el bienestar de las personas, lo cual desgraciadamente suele suceder cuando se antepone la razón a las emociones aplicadas al espacio habitable. La arquitectura realizada con la prioridad única de ser eficiente, casi necesariamente se deshumaniza.
En todo caso, tampoco el concepto de eficiencia como lo entendían los arquitectos que lo acuñaron, se ajusta perfectamente a la idea de función como la entendemos hoy en día. El desgaste del término lo ha simplificado excesivamente, lo ha acercado a términos de menor profundidad conceptual como el confort y la practicidad, que reducen la percepción de la arquitectura a sus valores inmobiliarios y comerciales.
Por desgracia, dentro del gremio arquitectónico hemos perdido la capacidad de discutir sobre ideas estéticas y conceptos humanísticos profundos. Las discusiones se han orientado en general a cuestiones económicas y se debate más frecuentemente acerca de las imágenes de los edificios, que respecto a los beneficios sociales que éstos aportan a la ciudad. Se trata de un mal que afecta por igual a todos los ámbitos culturales, pero en el caso de la arquitectura, dicha perdida de densidad conceptual ha afectado negativamente a la calidad de la vida de las personas que la habitamos.
Lorenzo Rocha