En su libro “Vigilar y castigar” publicado en 1975, Michel Foucault explica ampliamente el paso de un sistema de castigo físico, las penas corporales que caracterizaron a la civilización Occidental hasta el siglo XVII, un modo de castigo basado en el sufrimiento y el suplicio, hacia un tipo de penalidad moral, privación de la libertad, la cual también se ejerce sobre el físico del individuo, el sistema penal que se trasladó del dolor físico a la prisión del cuerpo y el alma.
El concepto de biopolítica, creado por Michel Foucault, implica a los dispositivos arquitectónicos, a los edificios panópticos como la cárcel, la fábrica, el hospital y el colegio. Arquitecturas diseñadas para permitir la vigilancia constante y aplicar el castigo a todos los individuos que violan las normas establecidas por la autoridad.
Las sociedades contemporáneas han pasado de la aplicación de la disciplina, a la vigilancia permanente, para controlar a las personas. Las cámaras de video-vigilancia, presentes en todos los ámbitos urbanos y domésticos, provocan la sensación de encierro en los habitantes, los cuales se comportan bien por miedo a ser grabados mientras cometen alguna falta, por la que después serán multados por la policía o acusados por sus vecinos. Dichos sistemas recaban tal cantidad de información, que es humanamente imposible analizarla, por lo que su interpretación se realiza mediante la inteligencia artificial, con algoritmos que previenen el crimen, descubren conspiraciones y también anticipan los hábitos de los consumidores.
Mediante los dispositivos de control, es probable que eventualmente ya no será necesario aplicar ninguna sanción económica o castigo físico a los infractores. Vivimos en un gran panóptico, el cual registra todos nuestros movimientos, conversaciones y actitudes de consumo. Somos presa del “big data”, al que nosotros mismos alimentamos con nuestros teléfonos móviles y computadoras portátiles.
Lorenzo Rocha
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