No sucede muy a menudo, pero de vez en cuando podemos constatar cómo la arquitectura de alta calidad realmente alimenta el espíritu.
Hacía 20 años que quería visitar Santiago de Compostela, por uno u otro motivo no había sido posible. Por esta razón es que solo hasta ahora escribo sobre el Centro Gallego de Arte Contemporáneo y el adyacente Parque de Bonaval, ambos diseñados por Álvaro Siza en 1998. No suelo opinar de proyectos que no conozco en persona, también porque visitar estos sitios con la excusa de escribir sobre ellos es normalmente un gran placer.
El movimiento moderno se ocupó de abolir la decoración aplicada sobre los elementos arquitectónicos y con ello los privó de los símbolos. Pero pocos arquitectos han sido tan hábiles como Siza, para elevar la abstracción de sus proyectos a una categoría poética, comunicándose tan intensamente con las emociones de los visitantes. La experiencia de estos dos proyectos (que en realidad son solo uno) es sublime de principio a fin.
Los edificios nuevos representan a las instituciones que los realizan, por ejemplo la cultura y el arte, que son los que hicieron posible la construcción del museo, un edificio que es simultáneamente discreto y que se presenta como una obra contemporánea de arte. Conseguir este balance es muy complejo y pocos han conseguido un equilibrio como en este caso.
Pero es aún más difícil tratar con el pasado. El parque perteneció al convento de Santo Domingo de Bonaval y contaba con jardines, huertas y un cementerio. El arquitecto se ocupó de retirar todos los elementos religiosos y funerarios, sin banalizar el espacio preexistente, tarea por demás difícil en nuestros tiempos en que estas operaciones se realizan casi siempre inadecuadamente. Para este proyecto contó con la renombrada arquitecta de paisaje Isabel Aguirre.
Convertir un cementerio en espacio público conlleva un equilibrio entre la carga simbólica del lugar y las nuevas actividades, que conviene que sean flexibles, pero deben respetar al mismo tiempo la memoria del pasado. Mediante los recorridos, la vegetación, los pavimentos, los escalones, los canales y depósitos de agua, los accesos desde las calles aledañas, la experiencia de este espacio es en verdad incomparable.
Lorenzo Rocha
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