El acto crítico consistirá en la recomposición de los fragmentos una vez que éstos sean historizados: en su “remontaje”.
Manfredo Tafuri. La esfera y el laberinto
Durante la segunda parte del siglo XX, la arquitectura atravesó a nivel mundial, momentos de extrema certeza en las maneras de resolver las necesidades humanas de espacios, esto llevó a la identificación de un “Estilo internacional”. Entre 1950 y 1980, en casi todos los países del planeta, las escuelas de arquitectura se dedicaron a enseñar los dogmas y reglas de dicho estilo y quizá sin proponérselo, a traducir o tropicalizar las fórmulas creadas en Europa y los Estados Unidos, para exportarlas a todos los rincones del planeta.
De este modo, en muchos lugares aparecieron imitadores de Frank Lloyd Wright, Le Corbusier, Walter Gropius o Mies van der Rohe. La influencia de estos arquitectos fue tal, que podríamos decir que sus ideas fueron llevadas a cabo en su máxima expresión más por sus seguidores que por ellos mismos, debido en parte a que los países del nuevo mundo contaron con mayor espacio y posibilidades para realizarlas.
Como ejemplos podemos citar a Oscar Niemeyer en Brasil, a Carlos Raul Villanueva en Venezuela y a Mario Pani en Mexico. Todos ellos fueron arquitectos con excelente preparación, que estuvieron ligados estrechamente a la política de sus respectivos tiempos y lugares y que plasmaron los ideales modernos en sus proyectos, con la misma y en ocasiones incluso con mayor fuerza que sus maestros.
Proyectos realizados por ellos como los edificios y la plaza de los Tres Poderes en Brasilia, la Universidad Central de Venezuela en Caracas y el conjunto habitacional Nonoalco-Tlatelolco en la ciudad de México, tradujeron principios e ideas modernas a los contextos latinoamericanos. Sin embargo, no solamente hicieron una interpretación de dichas ideas, sino que extrajeron de ellas, los elementos de identidad y de adaptación de las importaciones que permitieron su materialización en las condiciones económicas, políticas y urbanas de los paisajes en los que se insertaron. De este modo, podemos observar el modo como un mecanismo cultural que comienza con la adopción de formas y métodos externos al contexto, termina por ajustarlos con éxito y los convierte en referencias incluso para quienes los idearon originalmente. La traducción se vuelve así en un proceso dialéctico.
Lorenzo Rocha
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