El célebre teórico inglés Kenneth Frampton ha declarado en distintas ocasiones que la palabra arquitectura es un anacronismo, que es una profesión obsoleta, pero que esa es precisamente su virtud. Georges Didi-Huberman elogia al anacronismo como un terreno fértil y necesario para la reflexión sobre el pasado.
Dimitris Pikionis realizó en 1958 un parque en la colina Filopapo, a un costado de la Acrópolis de Atenas, un diseño de pavimento compuesto por escombros de piedra y ladrillo, que además de dar la impresión de una ruina, sirve como elemento organizador del espacio que circunda al monumento, resultado especialmente estimulante para el caminante de la colina.
Dentro del panorama actual de la educación universitaria, enfrentamos algunos dilemas. A lo largo de las últimas décadas, la participación de arquitectos en procesos de construcción se ha reducido en un 90%, el lugar lo han ido ocupando diversos profesionales entrenados en otros campos e incluso los habitantes que construyen su propia vivienda.
Con el desarrollo de herramientas informáticas asistidas por inteligencia artificial, esta tendencia seguramente aumentará. En este contexto, ¿qué deben hacer las escuelas de arquitectura? Algunas de ellas han optado por eliminar la palabra “arquitectura”, por ejemplo, la Universidad de Berkeley renombró su escuela como: Colegio de diseño ambiental, en el que la arquitectura es solo un departamento. La Academia de Diseño de Eindhoven incluye ambientes construidos en sus talleres y clases teóricas, pero no los llama “arquitectura”. En tercer lugar Harvard unificó al diseño gráfico, con el diseño industrial y arquitectónico en su Escuela de posgrado en diseño (GSD, por sus siglas en inglés).
Pensamos que son solo nombres, pero estos cambios reflejan intentos de lidiar con una crisis que existe desde hace cuatro décadas por el choque que el movimiento moderno tuvo con las academias de bellas artes, de las cuales se extrajo a la arquitectura, para integrarla parcialmente a la ingeniería civil, dejando a la educación teórica y al entrenamiento artístico como un meros accesorios.
Lorenzo Rocha