El teórico mexicano Alberto Pérez Gómez escribió en 2016 en su libro titulado Attunement: ”El significado de la arquitectura —de un edificio, un jardín o cualquier artefacto efímero que sirva como encaudramiento para los actos humanos— se entiende del mejor modo como una forma gestual del lenguaje”.
La arquitectura se nos presenta siempre como un objeto de arte en espera de ser interpretado. Si no tuviera ninguna interpretación posible, perdería su categoría como forma de expresión artística. Las dinámicas que componen a una obra construida son muy distintas entre sí. Los objetivos económicos, legales, estructurales, competitivos, culturales, deben cumplirse simultáneamente para el éxito de la obra. Si bien ninguno de ellos es sencillo en sí mismo, la extrema complejidad del quehacer arquitectónico es satisfacer todas estas fuerzas que gravitan sobre él.
El resultado de dicho proceso puede ser incluso sencillo, podríamos decir que mientras más sencillo sea, mejor. De ese modo su significado podrá descodificarse para “leerse” con la mayor claridad posible y por lo tanto ser de utilidad para reforzar la tipología a la que pertenece. Por ejemplo, las iglesias de la antigüedad se reconocían fácilmente por sus torres y campanarios, por sus bóvedas, cúpulas y arcos, todo ello correspondía a una tecnología constructiva que utilizaba estos elementos para conseguir grandes espacios cubiertos y diáfanos. Pero en la actualidad las iglesias utilizan otros lenguajes derivados de los materiales y técnicas modernas, que son distintas de las anteriores, aunque persiguen los mismos fines.
Los estudios casuísticos que relacionen a las tipologías antiguas con las contemporáneas son de gran utilidad tanto para los estudiantes de arquitectura, como para los investigadores universitarios. En ese sentido, el ámbito académico puede prestar servicios muy útiles a la sociedad y a la práctica arquitectónica, la cual no acostumbra preguntarse sobre el significado de las obras construidas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario