jueves, 24 de febrero de 2011

BOCA CHICA


En la playa de Caleta se encuentra uno de los dos hoteles históricos de Acapulco, el Hotel Boca Chica, que junto con el Hotel Caleta son los edificios más representativos de los años cincuenta en el puerto más bello del Pacífico. Muchos de nosotros lo conocimos de jóvenes, pero se convirtió en un lugar de culto para quienes tenemos un gusto romántico por la arquitectura del modernismo en México. Hace unos tres años intenté visitar el hotel y lo encontré cerrado y en proceso de obra, en su momento me imaginé que sería demolido o transformado en algo totalmente distinto, como ha sido el destino inevitable de tantos edificios de esa época, que no soportan la fuerte presión del mercado inmobiliario. Sin embargo, el caso del Hotel Boca Chica fue una de las pocas sorpresas agradables con las que nos podemos encontrar en estos días. La cadena hotelera Grupo Habita se encargó de restaurar el edificio y acondicionarlo para una nueva época de su historia, en la que muchos de sus atributos, como el importante mural de mosaico veneciano de Francisco Eppens (autor del mural de la Facultad de Medicina de la UNAM), permanecieron intactos.
En distintas ocasiones hemos discutido la condición histórica del modernismo en la arquitectura mexicana, y también hemos debatido acerca de la necesidad de protección de dicho patrimonio. El dilema radica en que se trata de un movimiento artístico muy reciente, casi contemporáneo a nosotros, lo cual se contarpone a la estatización de sus producciones, si se consideran bienes patrimoniales intocables. Es la sociedad en su conjunto la que decide qué es lo que justifica conservar de su pasado construido, qué es lo que merece por sí mismo ser conservado. En el caso particular parece ser que el edificio mismo, su calidad espacial y de conjunto son razones suficientes para que haya sido restaurado, sin necesidad de ayuda por parte del Estado, ni presión por la legislación cultural. Un caso ejemplar de una obra arquitectónica y artística que sobrevive gracias a su propia calidad, esperamos que haya casos parecidos en el futuro próximo.

Lorenzo Rocha

domingo, 20 de febrero de 2011

ESCALA


La importancia de las obras arquitectónicas se mide usualmente por el tamaño de los proyectos y su presencia en el paisaje urbano. Si analizamos la línea del horizonte de las megalópolis modernas, esta condición es aceptable: la escala sí es importante cuando observamos una panorámica general de la ciudad. Pero si en cambio pensamos en que la poética del espacio arquitectónico puede ser expresada con más fuerza en los pequeños detalles, entonces los arquitectos pueden alcanzar puntos sublimes de su expresión, sin necesidad de abordar grandes proyectos. Como decía Ludwig Mies van der Rohe, el célebre maestro alemán de la Bauhaus: “Dios está en los detalles”. Pienso en una comparación un tanto tópica pero no por ello menos ilustrativa. Luis Barragán, el arquitecto más relevante en la historia de la arquitectura moderna mexicana, nunca construyó ninguna obra mayor a la escala doméstica de sus excelsas obras habitacionales y en cuanto a sus proyectos paisajísticos y de diseño urbano, su presencia como autor es prácticamente imperceptible y se manifestó sólo en los elementos como las plazas y las fuentes que construyó en ellas. Por su parte un edificio tan alto y visible como puede ser el rascacielos de Pemex en la ciudad de México, fué diseñado por el arquitecto Pedro Moctezuma, quien es prácticamente desconocido dentro del contexto histórico y arquitectónico de nuestro país. La razón de esta paradójica realidad reside en una distinción fundamental entre la arquitectura como arte y la simple construcción utilitaria, esta última se centra en la eficiencia funcional y la factibilidad económica (valores muy respetables), mientras que la primera trabaja en niveles más profundos de la percepción sensorial del espacio, factor que tiene muy poca relación con la economía constructiva. Hoy en día, que el trabajo para los arquitectos jóvenes en nuestra ciudad es extremadamente escaso, la profundidad de las reflexiones y su manifestación a través de cada detalle de las obras arquitectonicas, adquiere una mayor relevancia de la que nunca antes había tenido.

Lorenzo Rocha

sábado, 12 de febrero de 2011

CIUDAD UNITARIA


La más reciente selección y relectura de las piezas de la colección Jumex, ha dado como resultado una provocativa exposición. La muestra se titula “Sin techo está pelón”, frase que se inspira en una obra monumental de Eric Dietman, se presenta en la galería de la Universidad de Guanajuato hasta el 27 de febrero.

Las piezas que componen la presente selección giran entorno a la arquitectura, el urbanismo, la demografía y la escasez de la vivienda digna, temas que son abordados por los artistas —algunos con marcada ironía— asumiendose a sí mismos como habitantes inconformes de sus propias ciudades. En el catálogo de la exposición se encuentra una interesante cita, extraída de los textos de la revista Internacional Situacionista, el movimiento artístico francés que se caracterizó por las intervenciones urbanas en los años cincuenta, sesenta y setenta del siglo XX. Los situacionistas definen en 1958 al “Urbanismo unitario” como “la teoría del empleo del conjunto de las artes y técnicas que concurren en la construcción integral de un medio en combinación dinámica con las experiencias del comportamiento”. En esta definición resalta la ausencia de la arquitectura como protagonista del urbanismo, una postura de avanzada, ya que más tarde autores como Henri Lefebvre, definirían la noción de lo urbano como “la ciudad menos su arquitectura”. En efecto, el objeto de estudio del urbanismo es la demografía, no la construcción, ya que las ciudades son para los habitantes y sus edificios están subordinados a sus intereses, necesidades y fantasías.

Dentro del plano simbólico de la ciudad, vista como el producto cultural más relevante de las civilizaciones, no hay nadie más adecuado que un artista para subrayar algún elemento que su capacidad de observación le permita aislar y acentuar. Baste mencionar la obra del artista francés Guy Limone, que se titula “En el año 2000, 16 seres humanos de cada 1000 son mexicanos”, en la cual el artista transforma un simple dato demográfico, en una escultura con implicaciones geopolíticas y sociales.

Lorenzo Rocha

jueves, 3 de febrero de 2011

MAR DE CASAS


Al oriente de la Ciudad de México, territorios como ciudad Nezahualcóyotl o Chimalhuacán representan una paradoja en el diseño de la ciudad, donde los asentamientos humanos —muchas veces irregulares— han precedido a la planificación urbana; los servicios y la regularización en la tenencia de la tierra han llegado posteriormente a la urbanización. Pero hay otros casos donde podríamos hablar de un tipo muy peculiar de futurismo en el desarrollo inmobiliario, se trata de los conjuntos habitacionales más recientes, como aquellos que podemos encontrar en Ixtapaluca o en el norteño municipio de Ecatepec. Específicamente sorprende el caso de la urbanización privada “Las Américas”, un territorio de varios kilómetros cuadrados con miles de casas casi idénticas entre sí, un auténtico mar de casas. En dicho fraccionamiento crece una nueva clase media metropolitana formada por millares de familias que, gracias a sus empleos estables, han tenido acceso a créditos hipotecarios que les permiten habitar en una casa propia con una pequeña parcela de tierra. Los vecinos de “Las Américas” cuentan con un gran centro comercial, que lleva el nombre de “Plaza Las Américas”, donde tienen acceso a las tiendas, salas cinematográficas y grandes almacenes de su preferencia, es decir, se trata de una comunidad casi autónoma.

La razón por la que llamo futurista a este género de desarrollo urbano es sencillamente que no tenemos indicios de que este tipo de urbanización pueda generar en el presente nada parecido a lo que conocemos como ciudad: un conglomerado equilibrado de viviendas y equipamientos comerciales y culturales, donde es posible reconocer algún tipo de núcleo, histórico o no.

Sin embargo, nadie puede sostener a priori que el experimento esté destinado a fracasar, ya que las experiencias de vivienda oficial comunitaria durante el modernismo nunca se plantearon a la escala que tienen estos desarrollos inmobiliarios privados. Entonces nos tocará ver en los próximos años el crecimiento de un nuevo modelo conceptual de vida, en la megalópolis mexicana.

Lorenzo Rocha

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