jueves, 31 de marzo de 2011

ESCENARIO FUTURO


John Thackara es un conocido ecologista inglés que argumenta con sobresaliente elocuencia su visión sobre la situación insostenible de la ecología de nuestro plantea y expone lo que él considera que son las principales tendencias que serían capaces de revertir la devastación de la naturaleza. En su libro Wouldn’t It be Great If... (cuyo título se traduce como: “No sería fantástico si...”), Thackara expone ciertas acciones que él considera como indicios de “un cambio en la marea”, dentro las prácticas sociales que permitirían cambiar de un sistema económico de extracción, sustentado en el alto consumo energético actual, por otro sistema económico basado en la restauración de los recursos y la disminución en el acelerado deterioro de las condiciones para la vida sobre nuestro planeta.

Algunas de las mencionadas prácticas son fenómenos contingentes basados en los mecanismos de auto-organización de los ciudadanos, por ejemplo, aquellas que propician acuerdos para la regulación del consumo eléctrico, la separación de los desperdicios o los proyectos de agricultura urbana.

Mi cuestionamiento a esta visión, a pesar de que admiro la postura de Thackara, es que está dirigiendo la mirada en una dirección incorrecta. Casi todos los ejemplos que el científico presenta de las prácticas de marras suceden en países desarrollados como Francia, Inglaterra, Japón, Alemania o los Estados Unidos, que son a la vez los estados más industrializados de la Tierra y los que más contaminación generan. Por lo tanto, sus acciones ecológicas no son más que simbólicas y la mayoría de ellas son costumbres que son mucho más comunes en países como Cuba, Bolivia, Nigeria, Brasil, India e incluso México, aunque se aplican de forma distinta. Sin embargo, hay una contradicción sensible en el discurso de los ecologistas como Thackara; proponen un decrecimiento de la dependencia de las importaciones de los alimentos y energéticos a sus países, junto con un retorno a una vida sencilla en el medio rural y simultáneamente critican las desventajas socioeconómicas que dichas prácticas acarrean a los países menos industrializados.

Lorenzo Rocha

jueves, 24 de marzo de 2011

EDIFICIO-IDEA


Además de la ausencia total de la ornamentación, la agenda de la arquitectura funcionalista se centraba en la pureza geométrica de los proyectos arquitectónicos. Una consecuencia de dicha cualidad escultórica de los edificios del modernismo ha derivado en una intensa reinterpretación de las obras como productos iconográficos. Es muy frecuente encontrarnos con imágenes de los edificios-sede de algunas empresas multinacionales, convertidos en los logotipos corporativos que identifican a las compañías que se alojan en éstos. De ahí deriva también que el encargo de un edificio corporativo a un arquitecto, incluya también la necesidad de que éste sea susceptible de ser transformado en un ícono.

La fotografía de la arquitectura ha contribuido ampliamente a la transformación de los edificios en símbolos, ya que la repetición de una imagen y su circulación en medios impresos y audiovisuales, son elementos que refuerzan la capacidad comunicativa de la arquitectura. Un símbolo gráfico, como los que encontramos en logotipos o en las señales urbanas que indican la proximidad de un edificio emblemático, se diferencia de los signos abstractos, como las letras y los números, ya que es un tipo concreto de signo, que guarda semejanza con el objeto al que representa.

Un caso interesante y paradójico es la torre que corona la terraza y azotea de la casa del arquitecto Luis Barragán, construida en 1947. La imagen original data de los años cincuenta, deriva de una fotografía tomada por Armando Salas Portugal donde coinciden los vértices interiores de la terraza, con los exteriores del rectángulo que conforma la torre. Esta composición fotográfica fue repetida por Hiroshi Sugimoto en el año 2000, sólo que el fotógrafo japonés realizó una toma totalmente desenfocada, en la cual se reconoce fácilmente la fuente de inspiración. Esta imagen es la que fue utilizada para el diseño del logotipo de la Casa Barragán, cuando fue convertida en un museo, que no representa intereses lucrativos, aunque utiliza la misma técnica de comunicación que las grandes empresas, con las que el arquitecto nunca mantuvo relación profesional.

Lorenzo Rocha

jueves, 17 de marzo de 2011

DESASTRE HUMANO


Las imágenes que nos han llegado diariamente desde Japón, a partir del viernes pasado, confirman de modo contundente lo que afirmaba el psicólogo alemán Carl Jung: que hayamos conquistado a la naturaleza no es más que un eslogan.

Lo que calificamos como desastres naturales, no son sino desastres humanos. De hecho, para la naturaleza —asumiendo que ésta tuviera algún tipo de consciencia— sacudirse, temblar, agitarse de vez en cuando no es nada anormal. El país del sol naciente, se encuentra ahora casi cuarenta centímetros más cerca de nosotros que antes del 11 de marzo y su punto más alto ha descendido también unos cuantos palmos. La tierra se ha movido de modo tangible. La catástrofe y sus lamentables consecuencias por la pérdida de vidas humanas, además de los estragos que ha hecho en una maltrecha economía, sin dejar fuera las secuelas psicológicas que habrá causado en la aterrada población nipona, son todos productos humanos, derivados en gran medida de la falta de una “ecología del espíritu”. Los humanos llevamos milenios colocándonos como el centro del mundo, viendo a las demás especies y al entorno natural como elementos a nuestro servicio. Estamos tan apegados a los objetos materiales y a la utilización ilimitada de los recursos naturales para nuestro provecho exclusivo que nos hemos permitido incluso alterar los núcleos de los átomos para liberar cantidades desproporcionadas de energía capaz incluso de llevarnos a la autodestrucción.

Si un terremoto sucediera en un territorio deshabitado, sin instalaciones industriales ni obras civiles, y no causara ningún daño material ni humano, seguramente no lo consideraríamos como un desastre. En cambio, cuando el sismo afecta a las ciudades y puertos, como en este caso, vemos en el fenómeno una carga negativa, casi una intencionalidad. Sin embargo, el movimiento de tierra, resultado de la subducción de las placas tectónicas continentales, no es el desastre en sí mismo, lo desastroso se verifica en el urbanismo y la arquitectura que son construcciones humanas.

Lorenzo Rocha

jueves, 10 de marzo de 2011

SAGRADA FAMILIA


En Barcelona es ya un lugar común preguntarse: ¿cuánto tiempo más tardará en terminarse de construir la basílica de la Sagrada Familia? Esta pregunta ya tiene respuesta: faltan sólo nueve años, la edificación será concluida en el año 2020. El templo diseñado por Antonio Gaudí será su obra maestra póstuma, ya que el arquitecto falleció en 1926. La construcción se inició en 1882, para ser un templo expiatorio —lo cual significa que tiene que ser financiado exclusivamente por donativos— la cifra de 138 años como lapso para su construcción no parece ser excesiva.

Una sensación que es sorprendente cuando nos encontramos en el interior del templo es que se percibe un espacio digno de cualquier obra de arquitectura contemporánea, lo cual nos confirma que el modernismo es un movimiento artístico que aún no pertenece al pasado, sino a nuestra misma época. Las columnas de la nave central, que tienen nudos y bifurcaciones muy parecidas a las ramas de los árboles, a pesar de estar construidas en piedra nos remiten a la misma sensación que experimentamos dentro de los espacios diseñados por el arquitecto Richard Rogers, quien utilizó columnas similares, aunque de acero, en sus proyectos para los aeropuertos de Heathrow y Madrid.

En cuanto a las bóvedas que cubren todas las naves de la basílica, éstas son superficies regladas (curvas compuestas por líneas rectas), en particular se trata de secciones de hiperboloides revolucionados, geometrías que han sido exploradas por arquitectos posteriores a Gaudí, primero Félix Candela y más tarde Santiago Calatrava, curiosamente ambos arquitectos, nacidos en Valencia, estuvieron expuestos a la arquitectura del maestro catalán, desde sus respectivas infancias (recordemos lateralmente que el primero de ellos desarrolló la mayor parte de su obra en México). Podríamos continuar reflexionando interminablemente acerca del anclaje que tiene la obra de Gaudí en la cultura arquitectónica actual, pero provisionalmente concluyamos con una idea muy simple: es cualquier cosa, menos arquitectura del pasado.

Lorenzo Rocha

jueves, 3 de marzo de 2011

MODA VERDE


Una moda es, literalmente, tal como dice la propia palabra: un modo de hacer las cosas. En sentido estricto, la palabra moda no denota un contenido positivo, ni negativo, sino solamente una tendencia. La cuestión se complica cuando rastreamos su contexto histórico: moda también es manera, y esta referencia nos remite inevitablemente al manierismo en el arte europeo posterior al renacimiento, un movimiento que goza de poca popularidad y cierto aire de decadencia. Las maneras renacentistas, que eran una especie de micro-estilos, devinieron en anatemas, cuando el barroco arrasó con el clasicismo renacentista.

La arquitectura está estrechamente ligada a la moda, como todos sabemos, ahora el verde está de moda. Diariamente vemos algún proyecto o edificio que incluye en su diseño, de forma ostentosa, algún elemento vegetal. Si bien la arquitectura verde ha adoptado su lema por una tendencia hacia el equilibrio ecológico, una reflexión a nivel ligeramente más profundo, nos llevaría a comprender que lo verde no siempre es sinónimo de lo ecológico.

Tomemos un ejemplo sencillo, cualquier camellón ajardinado de una avenida o bulevar urbano. A simple vista, nos puede parecer una contribución valiosa al equilibrio ecológico, sobre todo en las metrópolis como la nuestra, donde predominan el cemento y el asfalto. Pero los árboles, flores y hierba de un camellón requieren un gasto en agua potable o tratada para riego, sin contar la contaminación que produce su mantenimiento (por la gasolina de podadoras y pipas que se utilizan para mantenerlo) que seguramente arrojaría un balance negativo contario al equilibrio que persigue. Si, en cambio, se utilizaran plantas endémicas para el diseño de los parques y jardines urbanos, probablemente serían mucho más benéficos para el medio ambiente, la desventaja radica en que si estas plantas no son las que normalmente asociamos con las áreas verdes, su valor simbólico quedaría anulado y, por ende, sus beneficios no serían percibidos por la población. Entonces, el valor de la arquitectura verde, como cualquier otra moda, no radica en su fundamento, sino en su aplicación reflexiva.

Lorenzo Rocha

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