Siempre me he preguntado porqué nos sentimos atraídos permanentemente a alguna obra de arte en particular. Por ejemplo, quizá he escuchado mil veces el réquiem de Gabriel Fauré, pero no puedo decir que lo conozca enteramente y cada cierto tiempo necesito escucharlo de nuevo. Así es el arte en general, no lo podemos conocer y simplemente después olvidarlo, aunque hayamos experimentado (visto/oído/tocado) la obra una o varias veces, necesitamos experimentarla de nuevo. Como decía el arquitecto estadunidense Louis Kahn: “la obra de arte es aquello que nos muestra que lo que hace el ser humano va más allá de lo que la naturaleza es capaz de hacer”.
En relación a la percepción de la arquitectura, sucede un fenómeno aún más complejo, ya que respecto al arte edilicio, se aplica más que en cualquier otro caso, la máxima de Heráclito: “no se puede cruzar dos veces el mismo arroyo”. Quizá en la primera visita, un espacio nos deje indiferentes, pero ese mismo espacio nos puede emocionar en una segunda ocasión y disgustar en la tercera. El edificio siempre será el mismo, pero la luz siempre cambia y el estado de ánimo y sensibilidad del visitante son factores clave para el resultado emocional de su percepción, y a su vez ésta va más allá del conocimiento del objeto, creando lo que el filósofo francés Georges Didi-Huberman ha llamado “mirada dialéctica”.
No tengo duda en afirmar que la obra arquitectónica que más me ha emocionado y siempre me ha causado un efecto distinto al anterior es el Instituto Salk, edificio construido en La Jolla (cerca de San Diego) en 1966 por Louis Kahn. Lo he visitado en varias ocasiones y aún siento que es ignoto para mí, lo visitaría muchas veces más y estoy seguro que siempre me provocará una emoción diferente.
Este edificio me remite a la descripción que hizo en 1949 el pintor Barnett Newman, acerca de la revelación que experimentó al visitar una ruina de adobe en Ohio. Newman afirma que entre estos “simples muros de barro” pudo constatar la “evidencia de la esencia del acto artístico, su perfecta simplicidad”. Pero las palabras del pintor se acercan aún más a la sensación que me ha provocado la experiencia de situarme en el patio del edificio de Kahn, mirando hacia el Océano Pacífico, cuando Newman describe su sensación que “ahí es el espacio” donde no hay “nada que pueda ser expuesto en un museo, ni incluso fotografiado, es una obra de arte que no puede ni siquiera ser vista, sólo puede ser experimentada en el lugar donde se encuentra”.
Lorenzo Rocha
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