Pocas ciudades hay en el mundo, que hayan absorbido en su traza contemporánea, a tantos pueblo antiguos como la nuestra. Resulta fascinante encontrarse con lugares como la Romita, Xochiac, Chimalistac o la Candelaria, donde se percibe un ambiente tranquilo, casi rural, a veces a pocos metros de avenidas tan transitadas como Insurgentes, Cuauhtémoc, o Periférico. En parte por su voraz “pueblofagia”, la ciudad de México encierra y esconde verdaderos tesoros de arquitectura y cultura popular. Nuestra ciudad creció en sentido contrario a la idea moderna de planificación, zonificación y reservas territoriales, ¿por fortuna o por desgracia?. Sus primeras expansiones hacia el noroeste del Centro histórico se hicieron fraccionando y vendiendo antiguos ranchos o haciendas agrícolas, proyectos inmobiliarios especulativos que tuvieron cada uno su traza al gusto del propietario y que conservaron casi todos, sus vestigios históricos originales o sus propios “centros”, que en muchas ocasiones corresponden a los pueblos que circundaban a la antigua ciudad de México.
Durante la mitad del Siglo XIX y todo el Siglo XX, se mantuvo un crecimiento inmobiliario controlado por el sector privado que propició todo un catálogo variopinto de estilos de hacer ciudad. Tenemos zonas de corte totalmente europeo como la colonia Juárez, que se inspiró en las ideas urbanísticas de Idlefonso Cerdá, hasta las supermanzanas de ciudad Satélite, planeadas para ser transitadas exclusivamente en automóvil, siguiendo las teorías de Domingo García Ramos, quien proviene de la tradición urbanística de la “Ciudad Jardín”, término acuñado por el urbanista inglés Ebenezer Howard a finales del Siglo XIX.
Sumándose a otros recientes esfuerzos editoriales de la década pasada, como ABCDF (diccionario gráfico de la ciudad de México) y Citámbulos, se publicó en 2011 un notable libro: “Ciudad de México, ciudad desconocida”, su autor, el periodista y fotógrafo Édgar Anaya Rodríguez, relata con una fantástica habilidad, zonas y costumbres de la ciudad que para muchos resultan desconocidas. Yo no sabía que en Xochiac, rumbo al Desierto de los Leones se realiza siempre al finalizar el año, un tapete multicolor en las calles, como el famoso tapete de Huamantla, en Tlaxcala. Tampoco tenía idea de la existencia de una cadena montañosa y volcánica dentro de la ciudad llamada Sierra de Santa Catarina, o que existieran monumentos a cosas tan peculiares como los perros callejeros o el drenaje profundo. El libro muestra y documenta rigurosamente los cien lugares que su autor considera los más asombrosos de la ciudad.
Lorenzo Rocha
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