Desde hace algún tiempo, resuena en mi mente una inteligente frase de Demócrito de Abdera: “Nada existe excepto átomos y espacio vacío, todo lo demás es opinión”. Los científicos intentan concebir al universo de este modo, de tal manera que puedan discernir los hechos verificables de las opiniones. Sin embargo, incluso sus demostraciones matemáticas constituyen inevitablemente, interpretaciones de los hechos que pretenden demostrar.
La arquitectura se construye pendularmente entre la técnica y la poesía, por lo tanto, su vertiente científica, la estática —una parte de la física que estudia a los cuerpos inmóviles— es una ciencia pura. El cálculo estructural arroja resultados que demuestran que la edificación se sostiene en pie y soporta su propio peso más el de sus habitantes, además de resistir fuerzas externas como los sismos o el viento. En esto hay muy poco lugar para las interpretaciones, pero suficiente diversidad para hacer de la estática un motivo en sí para la expresión arquitectónica. La vertiente artística de la arquitectura consiste en la parte corporal, la planificación de los estímulos sensoriales que la construcción ejerce sobre las personas y su traducción en una experiencia estética. En este sentido, dentro de las bellas artes, podríamos considerar a la arquitectura como una suerte de zona franca. El arquitecto puede aprovechar la ambigüedad de su actividad para poner en discusión su obra. Si se cuestiona la pertinencia de un elemento arquitectónico por su función estructural, bien puede justificársele por su aportación estética. Si el arquitecto construye este discurso de modo cabal, sin utilizar argumentos subrepticios, su trabajo puede ser simultáneamente una aportación al campo científico y al artístico.
En sentido estricto, todo elemento constructivo debería cumplir ambas funciones sin discriminación de su utilidad, ni de su belleza. La corriente moderna denominada Funcionalismo, tenía esta misión dentro de sus planteamientos, pero parece que dentro de sus variaciones se transformó en una especie de manierismo que devino en estilo, lo cual contradijo sus fundamentos y lo llevó a la desparición. Quizá el error fundacional de este movimiento consistió en repudiar la ornamentación y relegar la naturaleza estética de la arquitectura a un segundo plano. El cálculo estructural ha llevado a la arquitectura contemporánea a revalorizar a los elementos de soporte del edificio hasta encontrar en ellos, coincidencias con la naturaleza que les han dado la posibilidad de una forma de expresión hasta ahora inusitada.
Lorenzo Rocha
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