La sistemática desaparición de librerías en México, es un fenómeno que no es exclusivo de nuestro país ni de nuestra ciudad, es una calamidad a escala mundial. Con la notable disminución de demanda de libros impresos y la sobreoferta de títulos, ahora accesible universalmente gracias al Internet, el espacio arquitectónico de la librerías ha sufrido las consecuencias del giro comercial de la industria editorial. Las librerías son espacios públicos donde suceden intercambios sociales que van mucho más allá de la compraventa del producto ofrecido, en las librerías hay conversaciones, discusiones, encuentros inesperados e infinidad de historias humanas. Las bibliotecas públicas no han sido igualmente afectadas por esta crisis comercial, precismente porque su fin no es lucrativo, pero su futuro también es incierto.
Mis lamentos son hasta cierto punto ambivalentes, ya que soy un entusiasta de los libros electrónicos y de la revolución del acceso al conocimiento que ha provocado el ingente tráfico de información mediante las redes informáticas. Es de celebrarse que hoy en día se pueda leer a Heidegger, Paz o Foucault descargando sus obras directamente de la infinidad de bibliotecas virtuales y redes estudiantiles, sin necesidad de ir a buscar físicamente y tener que comprar los libros. Pero me provoca igual tristeza tener que prescindir de las visitas a librerías como el Parnaso, donde podía pasar horas hojeando libros y platicando con amigos, sin saber qué buscaba exactamente, y encontrando cosas totalmente distintas a las que los libreros ofrecían.
Afortunadamente las librerías están aun lejos de la total extinción, sobre todo en el Centro histórico de la ciudad de México. En particular la calle Donceles aun conserva importantes casas como Porrúa, Educal y Madero (aunque se tuvo que mudar a la calle Isabel La Católica), que están lejos de desaparecer, tanto en el mercado del libro nuevo como en el de segunda mano. También otras cadenas de librerías como Gandhi, el Sotano o el Péndulo, han conseguido sortear las dificultades comerciales de sus locales y sobreviven en muchas partes de la ciudad del país entero, incuso dentro de los centros comerciales de más reciente construcción.
Para mí, al igual que para muchas personas más, entrar en una librería constituye un momento de distracción y sosiego único e insustituible. No importa dónde se encuentre, la librería será sempre una extensión de la calle y un lugar donde se concentra el conocimiento y se acumulan experiencias que son siempre reconfortantes.
Lorenzo Rocha
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