jueves, 26 de marzo de 2015

ACCIÓN

¨Si tu sueño es sembrar mil árboles, comienza por sembrar uno¨, esta es una enseñanza que nunca olvidaré de mi amigo el artista Bert Theis, quien comenzó en 2002 la Oficina de transformación urbana. El lema y proceso de trabajo de la oficina consiste en la triada: analizar-soñar-actuar, una fórmula probada en muchas ocasiones para los procesos de transformación de gran cantidad de realidades urbanas específicas. Por ejemplo, para propiciar cambios sociales en un barrio y alejar a los jóvenes de los vicios y las pandillas, se han probado con éxito aplicar programas culturales y deportivos con resultados notables en muchas ciudades.
El camino de la acción es el único y el más adecuado para cualquier empresa humana. En especial en la arquitectura, pero no solamente en esta disciplina es válido aceptar que todo viaje largo empieza con un primer paso.
Los arquitectos somos especialmente propensos a buscar antes las razones de un fracaso y sus justificaciones, que adoptar una actitud activa para transformar al menos nuestro entorno inmediato. Es verdad que las ciudades están en manos de los políticos y los administradores, antes que en las de los diseñadores, pero esta situación no justifica la actitud pasiva de nuestro gremio.
La competencia entre los arquitectos es desleal y el comportamiento de los desarrolladores inmobiliarios es voraz. Hay corrupción a todos los niveles dentro del crecimiento urbano, sin embargo, la mayoría de los arquitectos que se lamentan por ello, aceptarían gustosos un encargo por parte del gobierno, por ello, el nuestro es un ambiente profesional altamente propenso a la cooptación
El arquitecto que es fiel a sus convicciones éticas debe también estar preparado para operar desde la marginación. La práctica marginal es hasta cierto punto ventajosa, respecto al sector aparentemente exitoso, ya que al no ceder ante compromisos que contravienen sus principios, los arquitectos marginales se ven en posibilidades de desarrollar sus ideas hasta las últimas consecuencias, sin la necesidad de ser excesivamente complacientes con quienes encargan y financian las obras.
Es cierto que el arquitecto como artista requiere de cómplices, de personas que compartan sus mismos intereses y que estén dispuestas a emprender proyectos en los que colaboren con ellos. Sabemos que Frank Lloyd Wright nunca hubiera podido construir la Casa de la Cascada sin que hubiera existido el empresario Edgar Kaufmann, quien estuvo a la altura de sus innovadoras ideas. Al igual que Louis Kahn jamás habría podido realizar una de sus mejores obras como el Instituto Salk, sin la complicidad del visionario doctor Jonas Salk. Dicha colaboración es una condición necesaria, pero no suficiente para la realización de las grandes obras arquitectónicas. La iniciativa y profundidad intelectual de los maestros de la arquitectura ha sido históricamente capaz de ir mucho más lejos de los límites sociales y económicos de las civilizaciones en las que han vivido. El conformismo y la condescendencia, jamás les habrían ayudado a conseguir los resultados que obtuvieron, en ocasiones pese a las dificultades que tuvieron que enfrentar dentro de sus respectivos contextos.

Lorenzo Rocha

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