El espacio del Museo experimental el Eco, siempre nos regala buenas experiencias. Mathias Goeritz consiguió crear en 1953 un ambiente que estimula los sentidos y la creatividad de todos los artistas y también del público que han entrado en contacto con el, tanto durante el breve tiempo en el que funcionó como museo tras su construcción, durante los años en que fue bar, teatro y sitio para reuniones políticas, como en el período actual, desde que fue restaurado por la UNAM en 2004 y reabierto al público en 2005.
Desde el pasado sábado se muestra una instalación que comprende los espacios interiores y exteriores del museo. Para la exposición, Jerónimo Hagerman ha introducido altos bambúes dispuestos en círculo, antenas recicladas como bebederos para pájaros, petates y espejos. Mediante la exposición titulada "Y si pudiera volar... ¿qué tan alto llegaría?" el artista intenta traer la naturaleza desde el exterior hasta el interior del recinto. Es especialmente atractivo el diseño de los bebederos para aves, que consiste en antenas de televisión satelital recicladas, pintadas y montadas sobre tubos de color amarillo. Las piezas recuerdan a una instalación realizada por Hagerman en 2005, con antenas analógicas, en una azotea del Centro histórico. Acerca de dicha instalación el propio artista comentaba: "Las antenas van ligadas a todo paisaje de azotea, pero muchas flores son en sí especies de 'antenas', que emiten colores y aromas para atraer a los insectos".
La raíz latina del verbo "inventar", que significa "encontrar", se divide en dos partes: "in-venire". En otras palabras, inventar es "hacer-venir" una cosa, eso es justamente lo que ha hecho Hagerman en su presente exposición, ha propiciado mediante los espejos la entrada de la luz del sol desde el exterior hasta el interior del museo, ha puesto comida y agua para atraer a los pájaros, ha colocado petates para que la gente se sienta cómoda, etcétera.
Durante la inauguración de la muestra, la cual permanecerá abierta al público hasta el 27 de marzo, fue posible constatar el modo como el público comenzó a interactuar con los elementos que la componen, de una manera lúdica y natural. Sin la solemnidad que suelen provocar las exposiciones con mayor tendencia hacia lo intelectual, la exposición convirtió el patio y el interior del Eco en lugares para juegos, música y conversaciones.
Además de la experiencia del público que transitaba por el interior del museo, los espejos ampliaron la posibilidad de permeabilidad del espacio privado hacia el espacio público, haciendo visible desde la calle aquello que sucedía en el interior.
Lorenzo Rocha
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