En un texto muy interesante publicado en 1974, el escritor francés Denis Hollier escribe: “El término Arquitectura se refiere a todo aquello que hay en un edificio que no es posible reducirlo dentro de la categoría de construcción, todo lo que permite a la edificación escapar de cuestiones puramente funcionales, todo lo que pertenece a sus cualidades estéticas”. En el mismo ensayo titulado: “Metáforas arquitectónicas”, Hollier se refiere a la condición estética de la arquitectura como el soporte de la representación del significado del edificio. La arquitectura, según Hollier, es idéntica al espacio que representa, ya sea religioso, político, conmemorativo o de cualquier otro tipo, la arquitectura invariablemente representa algo más que a sí misma. Con ello, los elementos arquitectónicos como las fachadas, los pilares, los cimientos o las piedras angulares, son metáforas que operan mediante un lenguaje gestual, comunicando al público ideas como la solidez, la grandiosidad, el poder o el misticismo de las instituciones a las cuales representan.
Últimamente me ha sorprendido negativamente la sequía que sufrimos en México en cuanto a la producción de arquitectura relevante, en nuestro país se construye mucho pero se hace poca arquitectura de calidad. Esto se ve con mucha claridad en el reciente anuncio de los premios de la XIV Bienal de arquitectura mexicana. La mayor parte de los edificios que se concluyen cotidianamente, al menos en la ciudad de México, sirven a fines económicos privados. Todos los días se termina algun nuevo edificio de apartamentos, torre de oficinas o centros comerciales privados, que tienen muy poco contenido expresivo y prácticamente ningún contenido crítico, ni experimental. Esto es lógico, dado que los intereses económicos privados tienen muy poca relación con la experimentación, requieren de formulas ya probadas para garantizar su éxito comercial, que evidentemente abren poco espacio para la exploración estética.
En el ultimo año también se han construido otro tipo de obras culturales, religiosas, gubernamentales o para algunas instituciones educativas. Sin embargo, su cantidad ha sido menor y extrañamente, han sido hasta cierto punto contagiadas del lenguaje inexpresivo propio de la arquitectura comercial. La expresión arquitectónica de algunos museos recientes se parece mucho al lenguaje formal de los centros comerciales o las tiendas departamentales. Algunas otras estructuras públicas también han caído en el uso de lenguajes propios de la arquitectura privada, probablemente por el dominio de ésta en el espectro de la producción arquitectónica nacional.
Si seguimos el razonamiento de Hollier para intentar analizar el estado de la arquitectura actual en nuestro país, podríamos también atribuir la mala calidad arquitectónica a la crisis de muchas de nuestras instituciones. Los espacios públicos y los equipamientos culturales, de salud, educación, justicia y demás, representan a las instituciones del Estado, las cuales han reducido su participación como promotoras de las nuevas sedes de servicios. Con la fórmula económica mediante la cual los espacios públicos son concesionados a operadores privados, disminuye notablemente la representatividad de la actividad arquitectónica y artística. Quizá la baja calidad de nuestra arquitectura responde directamente a la crisis de nuestras instituciones públicas.
Lorenzo Rocha