jueves, 6 de abril de 2017

SEGURIDAD

En “Vida líquida”, un libro que considero fundamental para comprender los tiempos en los que vivimos, Zygmunt Bauman escribe acerca de la importancia de la seguridad dentro de la planificación urbana actual. El célebre filósofo y sociólogo nació en Polonia en 1925, después emigró a la Unión soviética para huir del holocausto y más tarde a Inglaterra, para refugiarse del antisemitismo de la posguerra. El célebre escritor dejó este mundo en enero del presente año, heredándonos cerca de 60 libros de ensayos que escribió sin interrupción durante seis décadas.
Bauman se refiere al tema del urbanismo en los siguientes términos: “La inseguridad genera temor, por lo que no es de extrañar que la guerra contra la inseguridad figure en un lugar preponderante en la lista de prioridades del urbanista. El problema, no obstante, es que cuando desaparece la inseguridad, también están condenadas a desaparecer de las calles de la ciudad la espontaneidad, la flexibilidad, la capacidad para sorprender y la promesa de aventuras, que son los principales atractivos de la vida urbana”.
Es verdad que los espacios públicos en las ciudades contemporáneas son lugares donde las personas permanecen el mínimo indispensable de su tiempo, lo cual no permite intercambios duraderos y creación del sentido de comunidad, que es un factor que contribuye a que haya mayor seguridad para todos los ciudadanos. En nuestra ciudad, los transeúntes son todos extraños entre sí, y solamente circulan por donde sienten que es seguro y donde saben que están siendo vigilados por la policía.
En los barrios cuyas calles han sido invadidas por criminales, las personas tienden a huir de las calles, a mudarse otros sitios o a encerrarse en sus casas, detrás de altas bardas o de cercas electrificadas. En las calles inseguras los comercios con escaparates han cerrado y nadie se plantea abrir cafeterías con mesas sobre la acera. Todo ello, conduce a un círculo vicioso mediante el cual los ciudadanos pierden la costumbre de permanecer en los espacios públicos y dejan de interactuar con sus vecinos y conocer a las personas que trabajan o transitan por su barrio, lo cual contribuye a que continúe siendo inseguro. Para volver a salir a las calles, la gente exige al gobierno que garantice su seguridad, sin embargo, gran parte de ésta depende de los habitantes y no de la policía. Una calle desierta es insegura por definición y de poco sirve la vigilancia constante si nadie transita por ella.
Basta un esfuerzo conjunto relativamente moderado entre autoridades y ciudadanos para devolver a nuestras calles la actividad que antaño tuvieron. Un ejemplo exitoso de dicho esfuerzo fue la remodelación de algunas calles del centro histórico de la ciudad de México. Antes del 2010, calles como Madero y Regina permanecían totalmente desiertas después de la puesta del sol, por la noche eran solamente transitadas por pandillas de asaltantes que atacaban a cualquier persona que osara salir a caminar por ellas. Al principio de su peatonalización, había un policía en cada cuadra. Con este esfuerzo, los comerciantes comenzaron a abrir sus negocios hacia la calle y se instalaron numerosas tiendas restaurantes en cada calle. Al paso del tiempo, ya no fue necesaria una vigilancia tan intensiva, aunque sigue habiendo presencia policiaca en la zona, gran parte de la seguridad proviene de la condición resumida en el refrán: “La gente va adonde hay gente”.
Lorenzo Rocha

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