jueves, 11 de enero de 2018

VIVIENDA


Cuando discutimos sobre la vivienda, escuchamos hablar más frecuentemente de números que de personas. El problema de la falta de vivienda es un problema moderno, no porque antes no escasearan las casas, sino porque fue abordado científicamente por primera vez a principios del siglo XX. Particularmente fue el tema central del Congreso Internacional de Arquitectura Moderna, realizado en Francfort en 1929. En aquellos años Europa se encontraba buscando desesperadamente su reconstrucción después de la Primera Guerra Mundial, la cual dejó sin hogar a cientos de miles de personas. Dicho congreso estuvo enfocado en la vivienda mínima, un concepto creado por el arquitecto expresionista alemán Ernst May, quien convocó a discutir y proponer modos de industrializar la construcción de viviendas. En busca de la eficiencia, se redujeron las áreas y volúmenes de las casas hasta su mínima expresión.
Ahora estamos en una época en la cual estos valores están siendo replanteados, por una parte, la falta de vivienda digna ha crecido notablemente y por consecuencia también los asentamientos irregulares en las periferias de las ciudades. Es sin duda un fenómeno inquietante, sin embargo la vivienda informal es vista por muchos autores como el arquitecto inglés John Turner, no como un problema, sino como la solución a la escasez de la vivienda oficial. Según el arquitecto, es mejor que los habitantes se ocupen de la construcción de sus propias casas, en lugar de que sea el Estado quien centralice los recursos y las soluciones para ellos. En su libro “Freedom to Build”, publicado en 1972, Turner expone los beneficios de la capacidad de organización de los propios pobladores para encontrar las mejores soluciones para sus viviendas y toma postura a favor de los profesionales como facilitadores quienes aportan sus conocimientos sobre arquitectura e ingeniería, no como tecnócratas que excluyen la participación de las familias en los procesos de construcción de sus casas.
En México, los distintos esquemas de constucción de viviendas populares, que han ido desde la tutela estatal hasta el libre mercado, se han mostrado igualmente ineficientes y no han llegado al nivel cualitativo mínimo para ser considerados como modelos plenamente exitosos. Los asentamientos irregulares y las casas autoconstruidas son los modos más comunes de acceso a la vivienda en nuestro país, desgraciadamente los arquitectos no se han interesado en ellos lo suficiente y por lo tanto siguen al margen del fenómeno. Las compañías promotoras inmobiliarias, que sí trabajan con arquitectos, tratan a la casa como bienes de consumo, lo cual tampoco los acerca a una solución de calado social suficiente. Si queremos tratar el tema de la vivienda desde una perpectiva humanista, debemos comenzar a hablar más de las personas y menos de las cifras.

Lorenzo Rocha

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