La figura literaria llamada oxímoron, que consiste en una expresión de contenido contradictorio, depende en gran medida del orden en que se coloquen los términos. Por eso no es igual hablar de un realismo utopista, que de una utopía realista.
La utopía, que literalmente significa “ningún lugar” o bien un lugar que no existe más que en la imaginación, es un concepto creado en el Siglo XVI por Tomás Moro. Las ciudades americanas son hasta cierto punto la materialización de la utopía renacentista transformada en modernismo. En nuestra época se ha retomado dicha forma de pensamiento, ya no de modo abstracto como en su aparición original, sino de manera concreta, como una metodología para forjar el presente basado en una idea futurista.
En arquitectura, el realismo es una especie de anatema, ya que implica el conformismo con el statu quo. Esto ha llevado a un sinnúmero de confusiones entre ambos términos hasta el extremo que dentro de su marco teórico resulta que hoy en día el crítico que adopte una posición realista, resultará el más utopista de todos.
Reinhold Martin escribió en 2005 un intersante ensayo titulado “Critical of what? Toward an utopian realism” (¿Críticos respecto a qué? Hacia un realismo utópico”), en el cual cuestiona la mera posibilidad de existencia de una arquitectura crítica, bajo el argumento basado en una discordancia entre las obras de arquitectura que se nombran como críticas y el objeto directo de dichas prácticas, poniendo en relieve nuevamente el problema epistemológico propio de la discusión académica. A pesar de dicha confusión de términos, la postura utópica continúa siendo funcional para la práctica arquitectónica.
Casi todos los proyectos que llegan a realizarse, comienzan con una idea imaginaria, no solo en cuanto al proyecto, sino en su propia concepción como proceso creativo. ¿Quién hubiera imaginado hace 10 años que existiría una escalera
infinita como la que se inauguró recientemente en Nueva York? El proyecto “Vessel” del arquitecto Thomas Heatherwick en la zona de Hudson Yards, ofrece una nueva perspectiva de la ciudad. Se trata de una estructura cuya única función es subir y bajar escaleras para admirar la propia estructura y las vistas de la zona, que se ha transformado recientemente en un polo comercial, turístico y financiero. Seguramente este proyecto queda fuera de las clasificaciones establecidas de arquitectura, ingeniería y escultura, lo cual no es muy relevante cuando pensamos en el “Delirante Nueva York” y su visión urbanística siempre puesta hacia el futuro.
Lorenzo Rocha
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