La integración plástica, muy característica de la arquitectura mexicana desde los años treinta hasta los sesenta del siglo pasado, dejó poca herencia a los arquitectos actuales, que no acostumbramos relacionarnos mucho con artistas que podrían contribuir a nuestras obras.
La educación universitaria de los arquitectos adolece de un aspecto importante que contribuiría a mejorar su formación: el trabajo manual. En México los arquitectos estudiamos por cinco años un programa centrado en los proyectos y la construcción, complementado por aspectos estructurales, teóricos y financieros. Al final de la carrera sabemos dibujar proyectos por computadora y tenemos nociones del modo en que se llevan a la práctica, pero pasamos ese largo período sin construir nada con nuestras manos.
El programa de la Bauhaus, por ejemplo, contemplaba cursos de carpintería y de construcción de muebles. Además los alumnos debían aprender algún oficio artesanal como aprendices de los maestros y estaban en contacto constante con pintores y escultores, ya que la filosofía de la escuela apuntaba a la creación de obras arquitectónicas como “obras de arte totales”.
Algunas escuelas de arquitectura en la actualidad incorporan ciertos oficios a sus programas educativos, sobre todo en lo que respecta a la construcción de maquetas y modelos a escala de los detalles constructivos, como ventanearías y estructuras metálicas. Un claro ejemplo de esta tendencia es la Escuela técnica superior de Zurich (ETH, por sus siglas en alemán). En esta escuela se dice que todavía se dibuja con lapiceros de mina dura, ya que conserva el rigor técnico que es tradicional en la arquitectura modernista suiza.
Realmente es un placer para los arquitectos cuando nos encontramos en la posibilidad de involucrarnos en alguna de las partes prácticas de nuestros proyectos, es una realidad no solamente reservada para los jóvenes, sino para cualquiera que esté interesado en el bricolaje o en cualquier disciplina artística.
Por ejemplo, el gran arquitecto y restaurador Luis Ortíz Macedo, a menudo realizaba a mano ciertas cenefas decoradas en sus edificios, cuando encontraba vestigios de motivos decorativos que ya nadie era capaz de reproducir. También Teodoro González de León realizó algunas pinturas, bajorrelieves y mosaicos en obras suyas como en el vestíbulo de la Torre Arcos.
Lorenzo Rocha